La economía costarricense, muy abierta al comercio exterior, ha logrado a lo largo de las últimas décadas ampliar la oferta exportable. Hoy goza de la mayor diversificación en América Central. Así, el país se garantiza un ingreso estable de divisas. Además, ha logrado incorporar más y más empresas al proceso exportador. El año pasado, por ejemplo, casi 3.800 firmas estaban registradas como exportadoras en la Promotora de Comercio Exterior (Procomer), lo que equivale a un crecimiento del 30% respecto al año 2010.
Exportar no es fácil. De previo hay que vencer dificultades de logística, mercadeo, calidad y costos de producción, entre otros aspectos que no todos los empresarios dominan. En consecuencia, es usual encontrar cierta concentración del valor de lo exportado. Como recién informamos ( “67% de exportaciones ticas se concentra en 2% de empresas”, La Nación, Economía, 27 de julio, 2017) en Costa Rica se da el fenómeno, típico en todo el mundo, de que relativamente pocas empresas concentren la mayor parte del ingreso por ventas al exterior. Pero aun en este aspecto se han dado avances. Mientras en el 2010 60 empresas representaban el 67% de lo exportado, en el 2016 el porcentaje corresponde a 76 empresas.
Las cifras se refieren a los exportadores directos. No tienen en cuenta las muchas empresas, en su mayoría pymes, que suplen insumos y servicios a empresas grandes, y hasta transnacionales, que se incorporan a las exportaciones. Así, se convierten en “exportadoras indirectas”. Con la mejora de la calidad de lo producido y el conocimiento adquirido como proveedoras, muchas exportadoras indirectas eventualmente logran “graduarse” y pasan a servir mercados extranjeros de manera directa. Esta es una de las ventajas de los encadenamientos mencionados.
Pero el comercio exterior libre no solo favorece a los exportadores, obligados a pulirse para competir con éxito en el mercado mundial. El beneficio de las importaciones para los consumidores nacionales, que encuentran a su disposición bienes y servicios de alta calidad a buenos precios, es también enorme. Por eso, las bondades del comercio internacional no se pueden medir por los superávits de cuenta corriente de la balanza de pagos que eventualmente se generen en la relación con el resto del mundo, o en las relaciones bilaterales al amparo de tratados de libre comercio (TLC).
Con Colombia, por ejemplo, Costa Rica tiene un TLC vigente desde hace un año. De momento, el resultado de la balanza comercial es “negativo” para nosotros. Los empresarios que al amparo del tratado exportan a Colombia reconocen que se trata de un mercado muy competitivo y deberán redoblar esfuerzos para ingresar en él. Como bien señalan las autoridades de Procomer, es prematuro pronunciarse sobre los resultados del TLC Costa Rica-Colombia ( “Ventas a Colombia caen por elevada competencia”, La Nación, 27 de julio, 2017) pero, reiteramos, la bondad de un TLC no se debe juzgar por el resultado neto del valor monetario del comercio generado por las partes, sino por el beneficio proporcionado a exportadores y consumidores.
Como lo ilustra el caso de las personas físicas (un asalariado solo mantiene un superávit comercial con su empleador y déficit con todos y cada uno de sus suplidores: peluquero, supermercado, gasolinera, farmacia, etc.), lo importante en esta materia es operar con un saldo total razonablemente balanceado.
El país debe celebrar el crecimiento del número de empresas exportadoras directas del 2010 al 2016. Ese es, seguramente, también el caso de las que exportan indirectamente. Además, son motivo de celebración la diversificación de la oferta exportable y la mejora observada en la distribución entre empresas de los ingresos por exportaciones. Los avances se deben al esfuerzo conjunto de empresarios y de Procomer. Confiamos en que así han de seguir.