Miles de rusos se han volcado a las calles de Moscú y otras ciudades para expresar su dolor por el asesinato de Boris Nemtsov, figura central del movimiento pro democracia en Rusia. El homicidio, ocurrido el viernes antepasado, en Moscú, no dejó dudas sobre las motivaciones políticas del gatillero que disparó no menos de seis veces contra la cabeza y otras más al corazón del reconocido líder social.
Nemtsov logró reconocimiento como figura cercana a Boris Yeltsin, el primer presidente elegido popularmente después del derrumbe del aparato comunista a finales de los años 90 y el inicio del decenio siguiente. Con el retiro del mandatario por enfermedad, tanto Nemtsov como Vladimir Putin, retoño de los altos círculos de la KGB soviética, se empeñaron en procurar ascensos dentro de las estructuras del naciente Estado democrático.
Pero la carrera de Putin se aceleró gracias a los todavía influyentes elementos del viejo orden totalitario. El excoronel de la KGB también aprovechó un competente equipo propagandístico, encargado de estigmatizar a sus más conspicuos adversarios y generarle oportunidades para aumentar su popularidad.
Entre tanto, Nemtsov se convirtió en maestro y líder del creciente movimiento de luchadores por el respeto a los derechos fundamentales. Esa crucial tarea lo transformó también en el personaje más odiado por Putin y sus aliados. Cada salida de Nemtsov motivaba cartelones expuestos en sitios públicos donde se le llamaba traidor y agente provocador.
En un Estado bajo la guía autoritaria de Putin, no han sido pocos los asesinatos de quienes publican verdades incómodas. La nómina de periodistas ejecutados es pródiga. Si añadimos el sinnúmero de víctimas menos conocidas, la lista resulta sobrecogedora. También es amplio el inventario de destacadas figuras del ámbito empresarial que osaron criticar a Putin y acabaron en prisión, desposeídos de sus riquezas.
El sistema autoritario de Putin también ha reconstruido la vieja política exterior de la URSS. Ofender al presidente, conforme a un catálogo de insultos susceptible de ampliaciones según los humores del gobernante, desencadena revanchas con intervenciones armadas o de cualquier otra índole.
La invasión de naciones vecinas, como Georgia hace pocos años, la cruenta guerra en Ucrania o el arrebato de Crimea no causan rubores en Moscú. De cara a un gobernante con estas características, Nemtsov hablaba claro, pese a la eliminación de amigos y gente cercana.
El líder fue asesinado el viernes antepasado por la noche cuando caminaba por un antiguo puente, al costado del Kremlin, acompañado por su pareja. De pronto, sin ningún ruido que despertara sospechas, el criminal disparó y rápidamente desapareció. La compañera de Nemtsov asegura que permanece en Moscú contra su voluntad, pese a haber dado testimonio a las autoridades.
Hace días, en una intervención transmitida por la televisión, Putin expresó su pésame a la familia de Nemtsov. El gesto fue visto como desconcertante por las potencias vecinas de Europa y por la superpotencia al otro lado del océano.
En medio de ese desconcierto, solo queda claro que si la esperanza alguna vez fue un vuelco democrático que superara el molde de la era soviética, el cúmulo de acontecimientos más bien apunta a la consolidación de un gobierno autoritario.