Editorial: El éxodo venezolano

La catástrofe humanitaria no se detendrá a menos que haya un cambio profundo en el país, difícilmente ello se logrará con las medidas económicas anunciadas por Maduro hace dos semanas.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En cantidad y tiempo, es el mayor flujo transfronterizo de población registrado en la historia de América Latina. Se asemeja, en sus dimensiones y dramatismo, a los vistos producto de la guerra en Siria y otros conflictos en el Cercano Oriente y el norte de África. No se detiene porque las razones que lo desataron no han desaparecido; al contrario, se agudizan cada vez más.

Las cifras de la masiva migración venezolana, que adquirió inusitada fuerza en el 2014 y en los últimos meses se ha acelerado en dimensiones insospechadas, son imprecisas. Los cálculos más conservadores del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) se refieren a alrededor de 2,3 millones de personas a partir de ese año, con el 90 % de ellas en países de América Latina, particularmente Colombia. El Instituto de Política Migratoria (Migration Policy Institute), de Washington, establece un rango de entre 1,6 millones y 4 millones. Son dimensiones conmovedoras.

En un inicio, la inmensa mayoría de los migrantes provenían de sectores de clase media y media alta. Eran impulsados por el creciente sesgo autoritario del régimen, el cercenamiento de sus libertades, la represión en ascenso y la falta de oportunidades. Conforme ha pasado el tiempo, la proporción de personas de escasos recursos se ha incrementado y constituyen hoy la mayoría. A las razones ya señaladas se añaden ahora el desempleo masivo, la escasez de todo lo imaginable (desde alimentos hasta las medicinas más básicas), el hambre, la corrupción en todos los niveles de la administración pública y una inseguridad crónica y rampante. El Observatorio Venezolano de la Violencia, una organización no gubernamental independiente, calcula que, a finales del pasado año, el índice de homicidios llegó a 89 por cada 100.000 habitantes, lo cual hace de Venezuela la sociedad más violenta de Latinoamérica.

Este flujo expansivo de población es el ejemplo más claro, dramático e inhumano de la naturaleza del régimen de Nicolás Maduro, una dictadura cada vez más férrea, pero también corrupta y disfuncional. Su régimen ha logrado la vergonzosa “proeza” de hacer colapsar la que era una de las economías más prósperas del hemisferio, que además cuenta con las mayores reservas de crudo registradas internacionalmente. Su producción de petróleo no llega a la mitad del volumen previo al socialismo del siglo XXI, la inflación se prevé que alcance un millón por ciento este año, la deuda externa está en mora técnica (aunque aún no se reconozca abiertamente), las divisas escasean, el desabastecimiento cunde y alrededor de un 90 % de la población se ha precipitado bajo el umbral de pobreza. Estamos, sin duda, ante una catástrofe humanitaria, que el reciente plan económico anunciado por Maduro no podrá revertir, tanto por la insuficiencia y la contradicción de sus medidas como por la falta de credibilidad y la incompetencia y corrupción intrínsecas de su dictadura. No en balde el éxodo.

Su magnitud, además, está generando serias presiones económicas y sociales sobre los países vecinos, destino principal de los migrantes. Además de Colombia, los mayores flujos se dirigen hacia Ecuador, Perú, Brasil, Chile y Argentina. Sus posibilidades de atender ingresos masivos y concentrados en corto tiempo son limitadas, y ya han causado tensiones internas en ellos, otro efecto nocivo de Maduro y su régimen. A pesar de eso, se ha mantenido una política razonablemente abierta y solidaria de parte de esos gobiernos, aunque nada garantiza que persistirá conforme se agudice el problema. En este contexto, la reunión de coordinación regional convocada por los ecuatorianos para inicios de setiembre es sumamente oportuna y a ella debe añadirse un reforzamiento de la cooperación internacional.

Sin embargo, la única solución verdadera y sostenible será el cambio interno en Venezuela. Sin una política económica razonable, que implicaría desdecirse de la retórica hueca y las acciones torpemente destructivas del chavismo y sus secuelas, difícilmente habrá alguna mejora. Sin un retorno a la democracia, difícilmente se producirá este urgente cambio de orientación. Maduro se está jugando el poco oxígeno que le queda en el plan económico que reveló hace dos semanas con bombos y platillos, y que incluyó eliminar cinco ceros de la moneda local (el bolívar). Como su fracaso es muy posible, quizá, entonces, desde una fosa aún más profunda que la actual, se genere el cambio que permita al país comenzar a superar la debacle.