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Y ¿el arca?

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Aunque, probablemente, millones de personas la dan por cierta, la historia de Noé es tan inverosímil que exige una credulidad solo superada por la fe que ella misma le atribuye al constructor del arca, no por su convicción de que recibía instrucciones directas de Dios, sino por la esperanza que debió de tener de que sus contemporáneos lo tomaran en serio. Qué tipo de régimen de opinión pública pudo permitir un fenómeno como ese, es una cuestión que sobrepasa cualquier posibilidad de entendimiento: cierto día, en una comarca del hemisferio norte, un hombre anuncia, sin pruebas ¡y sin que lo encierren!, que en determinado plazo sobrevendrá un acontecimiento climático que significará, si no se toman algunas medidas, la desaparición de todas las especies animales terrestres (por las acuáticas no se preocupó, aunque, con tanta agua adicional salida de no se sabe dónde, tenía que producirse una disminución en la salinidad de los mares capaz de provocar la extinción inmediata de no pocas especies marinas). No debe extrañarnos que, según se desprende del relato, solo su familia le haya creído al patriarca y que rara vez nos preguntemos cómo pudo Noé resolver los complicados problemas logísticos del descomunal pero exitoso proyecto de rescate.








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