Hoy no puedo escribir de economía. Mi teclado se resiste; está preñado de sentimientos navideños. Recuerdo que hace muchos años, cuando mis hijos eran pequeños, yo me esforzaba por transmitirles el verdadero espíritu de la Navidad. No sé si lo logré. Tal vez, debería intentarlo de nuevo con sus hijos.
Releyendo cuentos empolvados en mi biblioteca, hallé uno de León Tolstói que sí lo hace, con profunda sencillez. Se llama La Navidad especial de papá Panov. Yo lo traduje del inglés (a mi manera) y dice más o menos así: en una pequeña villa, en la Rusia imperial, vivía papá Panov, un viejo zapatero. Era un hombre austero, casi cicatero, tras cuyos ovalados espejuelos se dibujaba una alegre mirada. Pero en aquella noche especial su alegría se apagó. Era Navidad. Se sentía solo. Añoraba lo bien que la pasaba cuando sus hijos y su esposa vivían con él.
Apesarado, chorreó un poco de café, preparó algo de cenar y, luego, tomó la biblia familiar para leer su pasaje favorito: el nacimiento de Jesús. Suspiró cuando los Reyes Magos le daban finos regalos y pensó que a él también le habría gustado ayudar. ¿Qué podría ser? De pronto, recordó que tiempo atrás había hecho unos lindos zapatitos y era justo lo que le daría. Satisfecho, se recostó en un viejo sofá y se quedó profundamente dormido. En ese trance, soñó que Jesús se le apareció y con una voz inconfundible le dijo: “mañana te habré de visitar, pero ten cuidado porque no vas a saber quién soy”.
Al día siguiente, abrió ilusionado su puerta esperando la visita, pero nadie entró. Entonces, divisó en la calle al barrendero. Lo hizo pasar y le dio café, endulzado con buena voluntad. ¿Sería él? Después, pasó una madre soltera con una niña en brazos y los pies descalzos. Él se apiadó y le dio a la criatura los zapatitos. Más tarde, vio pasar mendigos y a todos les dio de cenar. Pero Jesús nunca llegó. Fue solo un sueño, tristemente pensó. Y cuando la fría niebla descendió por su ventana se acostó en el viejo sofá, sin poder dormir. En esas estaba, cuando oyó que la voz inconfundible le decía: “tenía sed y me diste de beber; tenía hambre y me diste de comer; tenía frío y me abrigaste”. “¿Quién eras?”, preguntó el buen Panov. La voz le respondió: era todos aquellos que desfilaron por el umbral de tu morada y a quienes diste con generosidad. El viejo lloró, pero de alegría.
Para Tolstói, es el mensaje navideño de Jesús plasmado por Mateo en la Biblia; para mí, es también el del solidario pueblo de Costa Rica al tender su mano amiga a los damnificados del cruento huracán.