Tengo una deuda. Como siempre estamos entre retrasos y falencias, los anuncios de políticas públicas se escuchan con una sordina implantada. Cuesta mucho entusiasmarse con promesas. Difícil que así no fuera ante la acumulada experiencia de frustraciones. Cada primero de mayo nos provoca una reacción pavloviana de espontáneo gruñido ciudadano.
Se acercan las elecciones y en la puerta de ese horno democrático se nos quema el pan. Vienen discursos, promesas y ocurrencias locas. Se disputa ser condescendiente con las masas, engatusar con milagros, y flautas van y flautas vienen. Espontáneas brotan de ahí anticipadas expectativas negativas. La lentitud de reacción, la incapacidad de adaptación y el empecinamiento gatopardista que nos distinguen provocan un escepticismo saludable, pero también nos inclinan a pasar por alto esporádicos pero relevantes méritos. Momentos de inspiración que superan fronteras partidarias son raros, pero son. No es de recibo ignorarlos.
Hoy quiero brindar por uno que se me ha quedado en el tintero, como en el vaso olvidado del poeta donde se desmaya una flor que debe ponerse en la solapa de don Carlos Alvarado, de la Asamblea Legislativa y, en particular, de su propulsor, don Carlos Ricardo Benavides. «Chapeau!». Es la ley de nómadas digitales, gran lección derivada de la pandemia, del avance de las tecnologías digitales y del posicionamiento de Costa Rica como sitio tranquilo para trabajar, hermoso para vivir y cálido para departir. Es la trilogía de nuestras ventajas comparativas convertidas en riqueza en manos de una ágil industria turística con resiliencia asombrosa.
La ley tiene el potencial de convertirse en palanca de reactivación económica, despertar territorial, generación de empleo y redistribución de oportunidades. ¿Cómo lograrlo? Aquí, aparecen las gafas oscuras que me protegen del sol. Somos caros, cada vez más inseguros y nuestras capacidades de conexión están mal distribuidas. Esa gallina hay que cuidarla. Sus huevos son de oro. Y me encanta que los hoteles ya tengan estrategias vivas de oferta de precios y servicios adaptados a ese nuevo nicho. Lo que hay que trabajar es el entorno nacional, y eso nos retrotrae a las labores ingentes de transformación del país. Todo está conectado y ninguna golondrina hace verano.
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La autora es catedrática de la UNED.