El Incofer insiste en impulsar el desarrollo de un tren eléctrico para dar servicio a la Gran Área Metropolitana y alcanzar las costas, primero la del Pacífico y después la del Caribe. Quienes transitamos por las congestionadas y contaminadas calles del país no podemos dejar de compartir el sueño de un sistema de transporte público moderno, limpio, eficaz y puntual.
El tren, desarrollado en consonancia con los dictados del sueño, es un elemento necesario para enfrentar las crecientes necesidades del transporte. En un país donde la electricidad debería ser abundante –y lo será cuando hagamos a un lado los prejuicios– el empleo de recursos energéticos limpios, autóctonos y comparativamente baratos merece estímulo en todos los ámbitos.
Pero los planes del Incofer confrontan al país con su realidad fiscal y otra gama de prejuicios. El proyecto del tren eléctrico vuelve a cobrar protagonismo en la Asamblea Legislativa de la mano de una propuesta para financiarlo con el 5% del impuesto a los combustibles.
Ese tributo, sin embargo, cierra la brecha fiscal en ¢400.000 millones al año, equivalentes al 2% del producto interno bruto (PIB). Es difícil disponer de él para financiar otras necesidades, como lo constató el Gobierno, que contempló la posibilidad de reducirlo para abaratar los combustibles y pronto renunció a la idea. Ahora, con olvido del problema fiscal, otras iniciativas ven en el impuesto a los combustibles una fuente idónea de financiamiento.
El Ministerio de Hacienda no oculta su preocupación por la posibilidad de utilizar el 5% del tributo para financiar el tren. También le inquieta otro proyecto de ley que pretende destinar un 15% adicional para iniciar el traslado de recursos a las municipalidades hasta llegar a entregarles, paulatinamente, el 10% de los ingresos ordinarios del Estado.
Entre las dos iniciativas se va la quinta parte de lo recaudado, unos ¢80.000 millones, casi un tercio de lo que pretendería generar la reforma tributaria cuya aprobación está en veremos. El déficit fiscal es un límite imposible de olvidar a la hora de tomar decisiones de gasto e inversión. Según se profundiza la crisis financiera del Estado, ese límite se hace infranqueable.
El tren eléctrico seguirá perteneciendo al reino de los sueños mientras no pensemos en otras fuentes de financiamiento, incluida la participación privada. En ese punto, los prejuicios constituyen un límite, no infranqueable, pero resistente.