MOSCÚ – Desde la caída de la Unión Soviética, el poder político dentro del Kremlin siguió la lógica del juego de la silla. Aparecen factótums y desaparecen para volver a aparecer más tarde, todo según los caprichos de aquel que mande. Y durante la mayor parte de este siglo, aquel que manda ha sido Vladimir Putin.
El último ejemplo es la decisión de Putin de designar al exministro de Finanzas Alexei Kudrin presidente de la Cámara de Cuentas de la Federación Rusa. La elección de Kudrin para este puesto recuerda el caso del expresidente Boris Yeltsin, que necesitaba encontrar un sucesor que preservara su legado y protegiera a su familia y su fortuna.
Yeltsin, quien durante su mandato había amasado unos 15 millones de dólares, terminó depositando su confianza en Putin (un exintegrante de la KGB) para que protegiera a sus hijos y su dinero, y lo salvara de la prisión.
Es verdad que hoy el botín de Yeltsin casi parece anecdótico en comparación con la presunta fortuna personal de Putin, que ascendería a 70.000 millones de dólares que de algún modo logró acumular con un salario anual en el Kremlin de solo 8,9 millones de rublos ($137.000).
Tras 18 años en los que fue presidente o primer ministro, ahora es Putin el que necesita protección para su legado y su fortuna. Además de su riqueza personal, Putin espera preservar el sistema de gobierno paternalista y la estructura de poder verticalista que creó en las últimas dos décadas.
En el 2008, Putin logró eludir el límite constitucional de mandatos consecutivos, haciendo que el diminuto, obediente y fácilmente olvidable vice primer ministro Dmitry Medvedev le tuviera el asiento caliente hasta que pudiera volver a la presidencia en el 2012. Putin podía elegir un sustituto mucho más competente: Sergei Ivanov, exgeneral de la KGB. Pero Ivanov es mucho más alto que Putin, que además solo llegó al grado de coronel. Ivanov, una amenaza potencial obvia al poder de Putin, fue descartado y quedó relegado al papel de “botánico en jefe” de Rusia, encargado de supervisar asuntos de medioambiente y transporte.
Este mes, Putin tuvo una espectacular reasunción (o tal vez sería mejor decir coronación), con Medvedev asumiendo nuevamente el papel de sumiso primer ministro. Pese a que lleva años en el cargo, a Medvedev todavía se lo conoce más por las corbatas elegantes y los relojes caros que por las acciones ejecutivas.
Pero Medvedev también irrita a muchos rusos con su corrupción. Después de que el líder opositor Alexei Navalny lo hiciera blanco de recientes videos en YouTube, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles en ciudades de todo el país. Tras demostrar total incompetencia para satisfacer las necesidades económicas y sociales de Rusia, la única tarea de Medvedev ahora es preservar el legado de Putin.
Kudrin, quien reemplaza a la anterior presidenta de la Cámara de Cuentas, Tatyana Golikova (obediente, pero carente de estatura), cumple una curiosa función de contrapeso a Medvedev. En el 2011, Kudrin renunció al cargo de ministro de Finanzas, tras insinuar públicamente que Medvedev era un idiota incompetente. Su designación como jefe contable de Rusia es importante porque de esa manera Kudrin (y Putin) estarán mejor informados sobre la corrupción. Con esa información Putin podrá manipular a cualquier futuro aspirante a la presidencia, tal vez para reinstalar a Medvedev como sustituto temporal después del 2024.
De hecho, la función de la Cámara de Cuentas es hacer auditoría contable de casi todo (Kudrin ya declaró que informará sobre el desempeño de ministros y ministerios), pero en particular del Ejército, del que depende la apuesta de Putin a la condición de gran potencia. En marzo, Putin dedicó al ejército un tercio del discurso sobre el estado de la nación, y exhibió una variedad de armas, sistemas balísticos y misiles nucleares con alcance “ilimitado”.
Putin siempre fue un entusiasta de los siloviki (los oficiales militares y de inteligencia de la ex-Unión Soviética), que conforman la mayor parte de su gabinete y explican el poder ilimitado del Kremlin sobre la vida política de Rusia. La promoción del complejo militar-industrial ruso permite a Putin mantener a los siloviki ocupados y de su lado. A tal fin, restauró los desfiles conmemorativos de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, suspendidos en tiempos de Yeltsin, y que ahora se ponen más grandiosos y espectaculares con cada año que pasa.
Pero hay informes recientes que sugieren que la preparación militar de Rusia tiene más de ficción que de hecho. Parece que en los ensayos, los misiles “invencibles” tan alabados por Putin cayeron a tierra poco después de despegar, así que son poco más que utilería militar. Una conclusión que puede extraerse de estos fracasos es que hay algún ladrón en el Ministerio de Defensa: no hay otra excusa creíble para no tener las armas que Putin ordenó.
Y hay un nuevo estudio que indica que los ministerios de Defensa e Inteligencia de Rusia están entre las instituciones más corruptas del Estado. En el 2017 estuvieron implicados en 1.300 de un total de 12.000 casos de corrupción (uno de cada nueve). En este contexto, es evidente que la designación de Kudrin busca asegurar que el “confiable” aparato de defensa sea confiable de veras.
Además, es probable que el actual ministro de Defensa, Sergei Shoigu, esté en la mira del Kremlin. Shoigu se volvió muy popular a escala nacional hace una década, cuando dirigía el Ministerio de Emergencias, y desde entonces se le ha exhibido como un salvador en uniforme, siempre muy elegante al frente de los desfiles de la victoria.
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A diferencia de Medvedev (de quien todos se burlan), Shoigu transmite autoridad. Pero eso supone un problema para Putin, que reclama para sí el papel de protector de la nación rusa. En Rusia solo hay lugar para un líder heroico capaz de salvar a la gente del ataque de tigres siberianos y volar en ultraliviano con grullas blancas siberianas en extinción.
Igual que con Ivanov, Putin teme que otro silovik quiera algún día quitarle el puesto. En la práctica, la ascendencia mongol-siberiana de Shoigu le impide obtener los votos de la vasta mayoría de rusos étnicos del país, pero Putin no es de los que corren riesgos. Como para dejarlo más claro, la designación de Kudrin fue acompañada por el anuncio de que Yevgeny Zinichev, nuevo ministro de Emergencias, responderá directamente a Putin, lo que achica todavía más la potencial base de poder de Shoigu.
Si un rival surgido del aparato de seguridad llegara a asumir la presidencia, podría optar por construir un legado propio en vez de honrar el de Putin. La tarea de Medvedev y de Kudrin, dos inusuales civiles en el círculo íntimo de Putin, es asegurar que eso no suceda.
Nina L. Khrushcheva es profesora de Asuntos Internacionales en The New School e investigadora sénior en el World Policy Institute, ambos con sede en Nueva York. © Project Syndicate 1995–2018