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Hace algunos años, mientras realizaba una gestión en las oficinas locales de un influyente organismo internacional, un descuido de los burócratas me permitió enterarme involuntariamente de que ahí se estaba cocinando la base del programa de gobierno de un candidato a la presidencia de la República. No se me ocurrió pensar que aquello significaba la intromisión de una entidad foránea en el proceso electoral costarricense, ni aún después de haber escuchado de uno de los ideólogos asesores una expresión de alivio porque, después de diversos atrasos, por fin un servicio de mensajería aérea le había hecho llegar un insumo de mucha importancia para la preparación de la campaña política que se iniciaba: el envío contenía una rara copia del plan de acción que le habría servido a Tony Blair para, a la cabeza del británico Partido Laborista, hacerse elegir o reelegir premier de Su Majestad Isabel II.








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