¿Todo lo que necesitas es amor?

Una reflexión sobre el amor cultural y lo que, según la escritora es realmente este sentimiento al que nos atan desde el nacimiento.

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Aquí en el trópico, desde muy niños, empiezan a hablarnos de novios y novias. “Miren, qué lindo juegan, parecen novios”. Los grandes se apuran a indicarnos que lo importante de la vida es amar. Amar los helados de chocolate, el peluche de la semana, la mascota, los fidget spinner y las películas de Mi villano favorito o de Vaiana.

Crecemos amando objetos, amando comidas, amando gentes. El ejercicio es tener qué y a quién amar desde la infancia. Enamorarse del amor no basta. También hay que darse besos piquetones en la boca con la mamá y el papá y decirles también a ellos “te amo mami, te amo papi” cada diez minutos sin que nadie en la escuela nos aclare los diferentes tipos de amor y por qué querer no es lo mismo que desear o amar.

Esa parte del programa de aprendizaje emocional quedó perdida en varias generaciones de ticos que han ido a la escuela. Como buenos buscadores de la glamorosa oxitocina y la maravillosa dopamina, nos ponemos a bailar Despacito sin que quede muy clara cuál es esa dimensión del amor que cabe en tanto y no se asemeja en nada a “todo lo que necesitas es amor” de Los Beatles y, menos aún, a El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o el big amor fundacional de los cuatro Evangelios.

Medida. No hay duda, la felicidad del amor es extraordinaria y el despliegue de energía que produce el enamoramiento, aún más. La pregunta sería cuánto amor es suficiente y cuánto es demasiado. Cuánto amor nos vuelve generosos y cuánto nos da limitaciones.

Las fuentes de la alegría y la felicidad que pueden experimentar los niños son muchas y no necesariamente provienen de esa zona del placer. Desarrollar el gusto por la alegría ante los detalles en las conchas bajo la espuma del mar puede ser una o el canto y narración de los acontecimientos patrimoniales de un pueblo o de una familia desde la misma casa puede ser otra buena ruta.

La felicidad del deporte bien logrado, del oficio llevado a termino, de la simple observación de las estrellas y la complicidad entre hermanos ante una olla con salchichas mal hervidas bajo la luna, bien pueden agrandar las rutas de la alegría sin tarjetas de crédito de por medio.

Son muchos los caminos para el estado de plenitud que da el amor y solo uno de ellos es el enamoramiento y el arrobamiento de la pasión. Subrayar este único mandato desde la infancia es limitarnos a experimentar solo ese camino como reflejo de una tendencia del mercado para el consumo y la fórmula no es secreta.

Lo que más vende es el sexo. Agrandar esa franja de consumidores hasta las primeras edades es muy posible que lleve a que los individuos experimenten el amor como consumo para la autosatisfacción y una y otra vez necesiten más agentes del amor sucedáneo. Al fin y al cabo es otra forma de abandono y minusvalía.

Ancladas. Las mujeres lo tenemos peor. Nos educan para sentir afinidad sentimental con el mundo. Y allí cabe todo, hasta el odio, recordando a El banquete platónico.

Las mujeres vivimos abducidas por y para el amor. El viejo sacrificio dentro de la boca del volcán nos sigue llamando. ¿Cómo rebelarse ante esta adicción que nuestras propias madres ponen ya en el biberón? El amor ha sido el opio de las mujeres, decía la recién desaparecida Kate Millett, y es muy cierto, pero también lo es de los hombres.

La personalidad influye y la educación con los ejemplos, más. Tampoco se trata de llegar a ser un disminuido en los afectos, un minusválido de la empatía y la compasión, incapaz de sublimar y convertir en bienes simbólicos el funcionamiento endocrino del propio cuerpo. Se trata de encontrar la famosa frónesis aristotélica. La justa medida para bailar Despacito, pero no siempre.

A veces, la Sinfonía n.° 40 de Mozart le viene bien al alma también en los trópicos húmedos. Como a veces bailar Despacito le viene bien al cuerpo en los bosques boreales.

Amor es armonía, contemplación y paz. No es consumo, como la fe tampoco lo es, y mucho menos la espiritualidad. El mundo está lleno de fuentes inagotables en la naturaleza para sentir amor de manera gratuita y ese es el punto. El amor es gratuidad.

La autora es escritora y filósofa.