Talonario de bonos de la vivienda

Entiendo, porque lo viví, de donde viene el afán de tanto diputado de andar cabildeando proyectos a favor de privados

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Sucedió hace tanto tiempo que en ocasiones no sé si lo soñé. Estábamos organizando el Banco Hipotecario de la Vivienda (Banhvi) que, según una recién aprobada ley, era la entidad rectora de un sistema financiero nacional para la vivienda y de un sistema de subsidios habitacionales, los bonos familiares de vivienda.

Un día recibimos una llamada de parte de la Casa Presidencial para que les enviáramos un par de «talonarios» de bonos, de manera que un prominente miembro del gobierno fuera a repartirlos en una gira. La idea era que esa persona fuera a cada localidad, pusiera la gente en fila y entregara bono por bono como si fueran números de una rifa: ¡La manera más clientelista posible de administrar la política social!

Nos reímos un buen rato por lo fuera de lugar de esa solicitud. Contestamos, con ese punto de arrogancia que da la juventud, que la cosa no iba a ser así. Que la idea era articular un sistema meritorio basado en el ahorro de las familias como requisito para recibir una ayuda del Estado.

¡Qué va! Los que estábamos perdidos éramos nosotros. Pocos años después, ya desmembrado el equipo técnico inicial por presiones políticas, una ley dijo que el bono de vivienda era un regalo, y a partir de ahí se armó el festín de Baltazar con fondos públicos. Perdí el trabajo, por cierto.

En esos años, me tocó ver a acuciosos diputados de uno y otro partido andar de sobalevas de empresas desarrolladoras: daba pena pensarlos como representantes populares. Los intentos de soborno eran parte del orden del día. Un dirigente de un grupo habitacional dijo: «Manejo cuatro mil almas, le ofrezco x por cada una si aprueba el proyecto». Sin quedarse cortos, empresarios también tiraban a matar: «¿Cuánto vale usted?», me espetó uno en la cara. Otros, más sofisticados, invitaban a cenar y apenas deslizaban la sugerencia. Hace tanto tiempo…

Hago esta reflexión porque conozco por dentro los tejemanejes de mucha política pública. Entiendo, porque lo viví, de donde viene el afán de tanto diputado de andar cabildeando proyectos a favor de privados, y me cuesta creer las protestas de inocencia porque «no sabían» cuando el empresario sale güero. ¡Ajá! Ahora resulta que en pueblos pequeños nadie conoce a nadie. No condeno, sin embargo, porque no me toca y porque no sé los específicos, pero tampoco me gusta que me bailen el trompo en la uña.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo.