Cuando jóvenes, en época de vacaciones, solíamos ir, sábado tras sábado, a la linda playa de Mata de Limón, viaje que hacíamos en tren del ferrocarril eléctrico al Pacífico y que costaba como ¢13,50 ida y vuelta. Dicho sea de paso, la empresa del tren fue mi primer patrono, pues por un tiempo laboré en su departamento de contabilidad.
Un día de tantos unos amigos decidimos visitar un túnel abandonado, cuyo nombre creo que es Miraflores, ubicado bajo una inmensa roca en Caldera. La entrada de piedra, bellamente tallada como si se tratara de la entrada de una mansión, contrastaba con el olor repugnante que salía del túnel.
Era el olor del excremento de las, quizás, centenas de murciélagos que habían hecho su morada ahí. —Majes, ¡ese es el olor del infierno!—, dijo uno de los compañeros, y eso bastó para devolvernos después de haber avanzado unos dos metros.
Pasó el tiempo y una sensación no muy diferente experimenté en Bangkok, Tailandia, una vez que a mi esposa y a mí nos llevaron a lo que denominan un mercado húmedo, donde se vende carne de animales destazados a la vista de la gente: perros, culebras, monos, pangolines, tortugas, gallinas, ratas, insectos, para citar solo algunos.
La sangre de culebra, que extraen con un filoso cuchillo, como quien baja un zíper, y que recogen en un jarro, es muy apetecida por los jóvenes, por las supuestas propiedades afrodisíacas que contiene. La carne la utilizan para hacer sopa.
El olor del mercado es una mezcla ponderada (y elevada a la tercera potencia) de todos los animales, salvajes y domésticos representados ahí. Pero no es obstáculo para que se desayune, almuerce y cene. Además, si un occidental muestra algún reparo, ellos podrían argumentar que por estos lados muchos comen carne de danta, zorro, tepezcuintle e iguana (gallina de palo) y que en Francia y otros países europeos las ancas de rana y los escargots son considerados exquisiteces.
El calificativo de húmedos que se da a los mercados, que también los hay en Singapur, Taiwán y China continental, es debido al agua del hielo que se derrite y la cual, de tiempo en tiempo, tiran para lavar la mucha sangre que corre por el piso.
Lo anterior es, en cierto sentido, historia antigua. Pero una historia reciente, la que se inició a finales del 2019, que contribuyó a dar nombre a la devastadora pandemia, pudo perfectamente haber tenido su origen en China, en Wuhan, donde habría surgido el SARS-CoV-2, virus que causa la covid-19, pues ahí operan entidades —como el Instituto de Virología de Wuhan— donde científicos estudian y experimentan con virus.
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Un descuido de algún investigador, que luego visitó alguno de los mercados húmedos, a no más de 500 metros, pudo haber favorecido una combinación letal, como la que produjo la pandemia, que tanto daño económico y, sobre todo, de pérdida de vidas humanas, ha producido en el mundo.
Como presidente de Estados Unidos Donald Trump, con información suplida por su servicio de inteligencia, se atrevió a lanzar la hipótesis de que el virus muy probablemente pudo proceder de esa zona e insistió en que se realizara una investigación seria por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que, entre otras, para eso existe.
Mas el gobierno chino hizo lo posible, a principios de este año, para obstaculizar la investigación, a la que calificó de politizada. El equipo investigador de la OMS no recibió la colaboración que procedía y terminó produciendo un informe de bajo contenido científico, que dejó más preguntas que respuestas.
En particular, las autoridades insistieron en que la hipótesis de que la pandemia de covid-19 pudo haberse generado en China debía ser rechazada y que la investigación debía concentrarse en otras posibilidades.
Quizá por haber sido la administración Trump la que lanzó la hipótesis, no fue bien recibida. Sin embargo, también el gobierno de Australia favoreció el que se llevara a cabo una investigación sin limitaciones, y eso solo sirvió para que China, su gran socio comercial, adoptara una serie de restricciones al comercio y turismo con Australia.
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Pero el asunto no ha muerto. El presidente Biden también insiste en que se realice una investigación sobre el origen de las infecciones atribuibles al SARS-CoV-2. Lo mismo opina Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. Si bien China prohibió el comercio y consumo de carne de animales salvajes y adoptó medidas para mejorar la higiene en los mercados húmedos, así como los procedimientos que se siguen en los laboratorios, no basta.
Es necesario conocer con la mayor precisión el origen de la pandemia de covid-19, pues solo un buen diagnóstico definirá las medidas de prevención óptimas. Espero que China no vuelva a salirse por la tangente, que reconozca que no se trata de la politización de un asunto de tanta trascendencia y que permita que un equipo de expertos de la OMS efectúe una investigación como la ciencia exige y que de ella se extraigan las medidas de política pública que procedan.
El autor es economista.