Cae muy bien leer la buena noticia de que el índice de pobreza se redujo, según la más reciente Encuesta Nacional de Hogares (Enaho). Es obvio que el gobierno querrá sacar pecho por el logro, a pocos meses del fin de su mandato. Sobre todo, porque la reducción mayor se dio entre los más pobres de los pobres.
Los datos que arroja la Enaho, sin embargo, muestran que todavía hay mucho por hacer. El índice de pobreza ha rondado el 20 % de los hogares, poco más o poco menos, durante los últimos veinte años. Sigue habiendo más de un millón de costarricenses en situación de pobreza.
Medida por ingresos, la situación de pobreza está muy condicionada a si se tiene trabajo o no. Mientras que en los hogares no pobres laboran 1,5 personas, en los pobres lo hacen apenas 0,8 personas. Eso significa que cada trabajador de hogar pobre debe mantener 2,4 familiares, comparado con menos de uno en los no pobres.
Siendo así, llama la atención que la Enaho muestra un aumento en el ingreso promedio de los hogares pobres por encima de la inflación, pero ni el índice de ocupación, ni el número de horas trabajadas por los pobres mejora. El aumento en el ingreso se explica, más bien, porque más familias pobres recibieron algún subsidio, beca o pensión de parte del gobierno.
La medición multidimensional de la pobreza que provee la Enaho confirma que el trabajo, sobre todo el formal, el que garantiza los derechos laborales y da acceso a la seguridad social, es fundamental. Pero, además, apunta a otras carencias que condenan a muchas familias a la condición de pobreza. Entre ellas: la educación, y particularmente el bajo desarrollo de capital humano que prevalece en algunas familias; la carencia de algunos servicios públicos, como el de recolección de basura en zonas rurales; las condiciones de los techos, pisos y paredes de las viviendas. La pobreza tiene muchas caras.
Está bien que el gobierno haga un esfuerzo por dirigir mejor la ayuda social para los más pobres, y con ello aliviar la situación económica de algunas familias. Pero, al final de cuentas, eso no soluciona el problema estructural a largo plazo.
Para hacer sostenible cualquier esfuerzo, debe mejorar mucho la calidad de la educación y de los servicios públicos en general, así como redoblar los esfuerzos para generar más empleos. Está claro que sin cacao no se puede hacer chocolate.