Barack Obama aprovechó la ceremonia de reconocimiento a una veterana reportera de The New York Times para criticar la atmósfera circense de la campaña presidencial en los Estados Unidos y el papel desempeñado por la prensa. En el ocaso de su mandato, se ha concedido libertad para hablar con franqueza sobre temas domésticos e internacionales. “Iba a decir que la atmósfera es carnavalesca, pero eso implica diversión”, afirmó según cita del propio diario neoyorquino.
El presidente expresó preocupación por la imagen de su país en el mundo e hizo claras alusiones al republicano Donald Trump, su vulgaridad y su discurso polarizador. El mandatario tiene razón de estar preocupado, tanto por Trump como por la prensa, acusada de una cobertura acrítica, muchas veces ayuna de cuestionamientos de fondo.
A lo largo de la campaña, los candidatos populistas de ambos partidos han prometido extensiones insostenibles de los programas sociales y hasta la imposible reforma de leyes contra la tortura para combatir mejor el terrorismo. Esa última promesa, del inefable Trump, amén de repulsiva, es imposible de cumplir, pero pocos medios han explicado las razones y el candidato sigue repitiéndola a diestra y siniestra, como si fuera factible.
No lo llamó por ese nombre, pero el mandatario criticó el periodismo sin compromiso, estancado en el más crudo concepto de “objetividad”, a cuya luz solo importa citar versiones diversas, haciéndolas pasar por equivalentes. Es una receta cómoda para el informador, que permanece satisfecho en medio de posiciones contradictorias, sin esforzarse por dar a cada una su valor.
Una parte del público premia esa conducta. Si el periodista cita a las dos partes, es “objetivo” y justo. Esa no es la convicción de Obama. “Si digo que el mundo es redondo y otro afirma que es plano, vale la pena informarlo, pero quizá también sea importante reseñar un montón de prueba científica que al parecer apoya la noción de que el mundo es redondo”, afirmó con picardía para sustentar un juicio contundente: “El trabajo bien hecho exige más que darle a otro el micrófono”.
Una cita fiel de las diferencias entre el Papa y Galileo mantiene al periodista en zona segura. Si añade prueba de la obstinada órbita de la Tierra, no faltará quien pregunte por qué ataca al Pontífice o cuáles oscuros intereses le mueven a apoyar al hereje. Los periodistas tenemos una larga historia de cobijarnos con la objetividad mal entendida. Así, contribuimos a la confusión, a la supresión del periodismo útil y, sobre todo, a preservar nuestra zona de confort. Quizá sea este el secreto mejor guardado de la profesión. Es preciso comenzar a divulgarlo.