La posibilidad de nuevas elecciones y otro referéndum son opciones ambivalentes y poco probables, luego de dos vueltas de votación en el Parlamento británico, cuyo resultado debe interpretarse, casualmente, como un mandato ambivalente y carente de definiciones claras.
Lo que si resulta innegable es el contundente descontento por lo negociado por Theresa May, lo cual fue rechazado con una votación de 432 por el “No”, contra 202 por el “Sí”, la más grande derrota infligida a un primer ministro. La propuesta no satisfizo ni a euroescépticos ni a europeístas.
Lo anterior no significó, sin embargo, la caída de la premier, ni la disolución del Parlamento ante el resultado del voto de “no confianza” pedido por el líder de la oposición, Jeremy Corbyn. Con un resultado de 325 a 306, May sale “victoriosa” y con un mayor músculo de negociación. El gran perdedor resultó ser Corbyn.
May cuenta con poco tiempo para alcanzar un compromiso, nada fácil de obtener, que implique conformar una mayoría clara. El acuerdo debe incluir una hoja de ruta definida que sea, además, aceptable para los restantes 27 socios de la UE.
El tiempo no está a favor de los británicos, cuyo plazo, luego de invocar el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, les brinda 24 meses para concretar su salida. Para ello cuentan hasta el próximo 29 de marzo.
La alternativa de una prórroga, quizás la opción más conveniente, tiene el obstáculo de las próximas elecciones en el Parlamento Europeo, el 26 de mayo, lo que limita la maniobra de la UE sobre el plazo de la extensión.
Para la concesión de una prórroga es necesario el voto unánime de los 27 socios comunitarios y que ambas partes estén dispuestas a flexibilizar posiciones en torno a los asuntos más complejos, entre ellos, la salvaguarda de la frontera de Irlanda.
Esperamos que la cordura prevalezca. Lo que dije en un inicio: una mala decisión convierte a todos en perdedores, más grave ahora que la economía mundial se contrae.
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La autora es politóloga.