Si en los últimos años los estudios de la Unicef y su informe Estado de los Derechos de la Niñez y Adolescencia generaban preocupación, los datos del 2018 incrementan, aún más, la alerta y son un llamado a la acción. Un año en la vida de un adulto es grave, pero para niños y adolescentes significa carencias irrecuperables.
Según datos de dicha organización y del INEC, en Costa Rica contamos con 1,4 millones de niños, de los cuales el 34 % vive en condición de pobreza, 14 puntos porcentuales más que el promedio del país en los últimos años, y un 12 % vive en pobreza extrema.
Los datos son todavía más alarmantes pues se trata de poblaciones vulnerables como la indígena, la migrante, la discapacitada y la afrodescendiente. Un ejemplo son las disparidades que reflejan las cifras de embarazo adolescente que en el territorio nacional es de un 14 % (en esto sí ha habido mejora) pero entre las adolescentes indígenas asciende a un 22 % y en las afrodescendientes, a un 19 %.
En materia de alarma por disparidades, debe citarse el suicidio, convertido en la tercera causa de muerte de adolescentes, con una tasa nacional de 3 por cada 100.000 habitantes, cifra que se cuadriplica entre sus pares indígenas.
Y que decir de los 175.000 jóvenes que ni estudian ni trabajan o los 126.000 con secundaria incompleta o menos, población frustrada y carente de oportunidades, caldo de cultivo para la violencia y las actividades ilícitas.
Nos estamos convirtiendo en un país cuyo presente y futuro tienen rostro de pobreza y de ahí el llamado a la acción, en momentos, además, en que la institución rectora, el PANI, pasa por diversas crisis, cuestionamientos, huelgas y la jerarca brilla por su ausencia. De hecho, se especula sobre su salida de la institución.
A esta retadora coyuntura se adicionan los cuestionamientos en cuanto a si los recursos del Estado están llegando verdaderamente a los niños y jóvenes que los necesitan. Retomo acá las palabras que nos recordó mi compañera articulista Guiselly Mora, del experto Pablo Sauma a finales de los 90: “El problema no es de fondos, sino de cómo se manejan”.
Debemos canalizar nuestro enojo e indignación mediante acciones con el carácter de urgencia que el problema requiere. En juego, están nuestros niños y adolescentes, y con ellos, nuestro futuro.
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La autora es politóloga.