El primero de los tres debates programados en Estados Unidos fue una oportunidad perdida para el análisis profundo y cautivar al votante indeciso, calificado de caótico al convertirlo Donald Trump en un ejercicio de enreda y vencerás para disimular sus carencias.
Trump, a quien el estilo polémico e irreverente le ayudó hace cuatro años, ya no le funciona tanto para demostrar frescura y ganar adeptos, pero sí para desviar la atención del mal manejo de la covid-19 (más de 200.000 muertos) y su exiguo pago de impuestos.
Luego de cuatro años de lucha en los tribunales para no tener que revelar sus declaraciones de impuestos, se hizo público el no pago de estos durante muchos años, así como el ridículo de que canceló en impuestos federales $750 en los años 2016 y 2017, lo que no solo enoja a los contribuyentes, sino también despierta dudas sobre su éxito empresarial.
No obstante, aprovechó sus mejores cartas: la rápida recuperación económica y generación de empleos, la decisión de no escatimar esfuerzos para garantizar un mayor control conservador de la Suprema Corte (6-3), y desplegó su habitual disciplina de hablarle a su base electoral.
A Joe Biden, con bajas expectativas como polemista, lo favoreció el mantener su ecuanimidad y señorío frente a los embates y constantes interrupciones de su oponente, salió airoso en el debate, pues sin mayores contratiempos conserva el liderato por la Casa Blanca.
Biden y su compañera de fórmula, Kamala Harris, publicitaron horas antes del encuentro sus declaraciones de impuestos, pero les faltó fuerza para golpear a su contendiente en materia tributaria; esta era una oportunidad de oro para evidenciarlo.
Sí logró con éxito caracterizar al presidente como distante de la realidad y preocupaciones del ciudadano común golpeado por la crisis y amenazado con perder su cobertura de salud.
El Obamacare cobija a millones de personas que o no lo podían pagar o eran rechazados por condiciones médicas preexistentes.
Independiente del resultado del debate, es preocupante la duda sobre la integridad del proceso electoral que insistentemente ha despertado el presidente Trump, porque actuaciones como esa erosionan la institucionalidad de una democracia bicentenaria.
La autora es politóloga.