Este año, 18 personas quedaron huérfanas, 15 de ellas menores de edad. Este es el más dramático legado de las 33 madres víctimas de feminicidios en manos de aquellas personas llamadas a amarlas.
Según las Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual principalmente por su compañero sentimental; una realidad cercana a nuestro país donde diariamente se presentan 132 solicitudes de protección (48.180 anuales) y existe un subregistro, según lo reconoce el Inamu.
Definida por las Naciones Unidas como una pandemia mundial y la forma más extrema de discriminación, este es uno de los temas centrales en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Con motivo de la celebración el próximo sábado del Día Internacional de la Violencia Contra las Mujeres y las Niñas, se hace un llamado a vestir al mundo de naranja, como símbolo de esperanza y aspiración a uno sin violencia por razones de género.
Aprovecho para recordar y sensibilizar a mis lectores que a la par de las muertes, violencia física y sexual que son las más visibles, existen otras formas igualmente repudiables que debemos aprender a reconocer y denunciar.
En el trabajo y la docencia son violencia los comentarios, insinuaciones o pedir sexo a cambio de favores (acoso sexual). Es también violencia tener relaciones consensuadas con una menor de 15 años, si se es siete años mayor que ella (relaciones impropias).
En los lugares públicos, las manifestaciones o actuaciones no deseadas constituyen acoso callejero y el tocar a otra persona sin su consentimiento puede conllevar consecuencias penales (tocamientos inmorales o abusos deshonestos). Los insultos, la degradación o afectación de la autoestima es violencia psicológica, en tanto que la distracción de bienes o la afectación a la libre disposición pueden constituirse en violencia patrimonial.
La educación de hombres y mujeres, acompañar y empoderar a las víctimas, especialmente en la independencia económica, el no revictimizarlas y el fin de la impunidad a favor de los agresores, son importantes pasos en la erradicación de un fenómeno complejo y multidimensional que les niega a las mujeres y a las niñas el desarrollar su pleno potencial. Los invito a que trabajemos por una Costa Rica naranja para el 2030.
La autora es politóloga