En una Latinoamérica cada vez más convulsa y cuyos Ejércitos están jugando un papel protagónico, cobra aún mayor relevancia la decisión de la Junta Fundadora de la Segunda República de abolir el Ejército.
Icónica la imagen del presidente de la Junta, y quien se convirtiera no solo en el tres veces presidente del país sino en el personaje del siglo, don José Figueres Ferrer, al literalmente darle un mazazo a uno de los torreones del Cuartel Bellavista, propiedad luego destinada para la educación y que se convertiría en el actual Museo Nacional. Visión, coraje y desprendimiento para quien resultó el ganador de la Guerra Civil de 1948, en sus propias palabras se trataba de empezar a sanar una herida mediante una sabia y pionera decisión, la erradicación del Ejército como entidad permanente, en aras de tender puentes para la unidad nacional.
A partir de ese momento, nos convertiríamos en un país que le declaraba al mundo que la paz y la seguridad nacionales podrían ser resguardadas por la fuerza policial, el Estado de derecho y el ordenamiento y organismos internacionales. Los recursos destinados al mantenimiento de las fuerzas castrenses serían destinados a la mejor semilla para construir la paz. Una educación de mejor calidad y con mayor cobertura daría como rédito al mejor ejército: educadores formando una fuerza estudiantil preparada y amante de una cultura de paz.
La visión de abolir el Ejército envuelve un componente adicional extraordinario, como eliminar un actor que en la historia de América Latina ha jugado un rol de desestabilización y ruptura democrática, o bien el gran escudero y defensor de múltiples dictaduras. La ola democrática de los ochenta y noventa, con la consiguiente subordinación militar al poder civil, nos hizo pensar erróneamente que aquellas épocas bélicas quedaban en la historia latinoamericana, pero tristemente vemos que se repiten pocos años después, como lo están viviendo en la actualidad nuestros hermanos países Nicaragua y Venezuela. En Bolivia, su rol está por definirse.
Viendo lo que sucede en la región, hoy como siempre, nuestros niños y jóvenes deben conocer la magnitud de esta decisión, y ojalá la Asamblea Legislativa le dé pronto el sitial que le corresponde.
La autora es politóloga.