Hace ya bastantes años, en mi época de colegial, recibí una apabullante lección de humildad y sentido común que todavía me da vergüenza recordar, pero que sin duda agradeceré eternamente porque marcó mi vida.
Resulta que durante una mejenga, por alguna razón que ya ni recuerdo, tuve un encontronazo con un estudiante de quinto año que casi termina en bronca. El asunto no pasó a más, pero en ese instante nació una fuerte rivalidad entre ambos.
Nunca hubo palabras fuertes ni golpes; solo malas caras y algunos roces. En el fondo, yo sabía que la situación era absurda e innecesaria, pero no quise dar el brazo a torcer porque mi gran orgullo de adolescente me lo impedía.
Sin embargo, un día ocurrió lo impensado. Me topé de frente con el muchacho en un corredor y, al verme, me extendió su mano y me preguntó: “¿Paz? Yo le dí aliviado la mía y pusimos fin al conflicto. Luego, el curso lectivo terminó y nunca supe más de él.
Les cuento esta anécdota personal a propósito de la propuesta que presentó el diputado liberacionista Gilberth Jiménez de instalar rings de boxeo en las escuelas y colegios para canalizar la violencia que hay en los centros educativos.
Si bien alarma la creciente cantidad de incidentes que se están registrando entre alumnos y entre estudiantes con profesores, resulta incomprensible que alguien en su sano juicio proponga resolver los problemas con peleas reguladas.
El diputado Jiménez alega que los cuadriláteros servirían para que los estudiantes descarguen su estrés o sus deseos de pelear mediante una “contienda, de manera legal, con todo el equipo de seguridad”.
Me parece una ocurrencia absurda y desprovista de cualquier sustento científico. Más bien, me temo que normalizar la terapia de los puños en las aulas se podría convertir en un semillero de futuros matones y resentidos sociales.
Sería mucho más provechoso invertir tiempo y recursos para encontrar el origen de las agresiones, el bullying y la poca tolerancia que hay en los centros educativos, y diseñar una estrategia eficaz para promover una sana resolución de los conflictos.
Docentes, orientadores, trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, policías y padres de familia debemos tratar de recuperar la armonía en los salones de clase, de modo que los jóvenes prefieran darse la mano en vez de irse a los golpes.
El autor es jefe de información de La Nación.