Ambos inventos resolvieron problemas tecnológicos del momento. Antes de la gasolina con plomo, la ineficiente y dispareja combustión causaba un golpeteo en los motores y les drenaba la fuerza en situaciones demandantes, como un ascenso pronunciado. El gas freón sustituyó al amoníaco, el cloruro de metilo y el dióxido sulfúrico, todos peligrosos por explosivos o tóxicos.
La gasolina con plomo causó millones de muertes, deformidades y otros males. El freón abrió un peligroso hueco en la capa de ozono. Para el 2065, estiman los científicos, dos tercios de esa capa protectora habrían desaparecido si la destrucción hubiese continuado al mismo ritmo y, en ciudades como Washington y París, cinco minutos de exposición al sol habrían bastado para causar quemaduras en la piel.
Para los dos inventos había alternativas. En el caso de la gasolina con plomo, también se sabía de su extrema toxicidad. Los efectos del freón tardaron más en ser descubiertos. El abandono gradual de la gasolina con plomo a partir de los años 70 salvó 1,2 millones de vidas al año. La eliminación del freón a partir del Protocolo de Montreal sobre sustancias dañinas para la capa de ozono frenó el deterioro e inició un proceso de recuperación.
La moraleja del reportaje es sobre las consecuencias no queridas de las innovaciones y como algunas de ellas pueden plantear amenazas existenciales. No obstante, hay otra conclusión de especial relevancia para nuestros tiempos de calentamiento global y cercanía a sus consecuencias irreversibles. En los casos del plomo y el freón, la adopción de nuevas políticas frenó el daño, pero no antes de la acumulación de montañas de prueba científica y desalmados intentos de desacreditarla.
Las dos industrias lograron retrasar las medidas correctivas no obstante la prueba del daño. El parecido con la actualidad nada tiene de coincidencia. Es la misma lógica de los intereses creados y las ambiciones de generar ganancia sin importar las consecuencias. La industria de los hidrocarburos se encarga hoy de combatir a la ciencia y retrasar su aplicación, pero nunca hubo tanto en juego.
agonzalez@nacion.com
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.