Los riesgos de nuestro imperfecto, pero extendido, sistema de pensiones son reales y serios.
Cada vez vivimos más. Cada año, la población adulta mayor crece como proporción del total; en tanto, la que está en plena edad productiva se reduce. Por ende, la relación entre el número de cotizantes para el Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM) y quienes se benefician de él se deteriora de forma creciente. Y ni que decir de los esquemas especiales o “de lujo”, cuyos privilegios pagamos todos. Esta precaria realidad nos confronta con un desafío de enorme calado. Debe atenderse con rapidez y visión; si no, puede salirse de las manos y amenazar las posibilidades de vejez digna para grandes sectores de la población.
Existen varias opciones posibles. Extender la edad de retiro, aumentar las cotizaciones, hacer que los faltantes sean cubiertos por el fisco, mejorar los rendimientos del capital acumulado o reducir los beneficios, están entre ellas. Si todavía no hemos llegado a un acuerdo sobre cómo combinarlas, es porque ninguna mezcla es ideal y todas imponen costos.
En esta situación, ninguna persona bien informada discute la importancia de que exista un segundo pilar del sistema, que actúa como complemento. Me refiero al Régimen Obligatorio de Pensiones Complementarias (ROPC), en el que cada trabajador formal tiene una cuenta individual alimentada en cuatro quintas partes por los aportes patronales.
Sin embargo, un proyecto de ley impulsado por el diputado Eduardo Cruickshank, con ímpetu digno de mejor causa, lo ha puesto en alto riesgo. Su ocurrencia, en síntesis, es abrir las puertas para que, por los próximos 15 años, al llegar a la edad de retiro, los cotizantes puedan llevarse los fondos acumulados; es decir, repartir una virtual lotería, estimular su consumo fugaz y borrar de un plumazo el complemento de pensión.
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No sé cuál será su intención de fondo, pero toda modalidad del plan que llegara a aprobarse implicaría un grave retroceso para el sistema de seguridad social. Hasta ahora, no he oído o leído ningún argumento medianamente lógico para apoyarlo; solo erupciones emotivas. Por esto, me temo que, en el fondo, su marca es el populismo, y su lema “gaste ahora y juéguesela después”. Algo muy lejano de la responsabilidad legislativa.
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El autor es periodista.