La emergencia por el coronavirus debe servirnos para valorar tres pilares nacionales que han sido clave para enfrentarla: nuestra honda cultura democrática, nuestra fortaleza institucional y el vigor de nuestro tejido social.
Valoración no implica complacencia. El proceso de mejorar o reformar estas y otras variables debe seguir. La actitud crítica no debe cesar. Y la sana insatisfacción con lo que tenemos, como acicate para superarnos personal y colectivamente, siempre resulta necesaria, sobre todo en momentos de crisis. A la vez, sin embargo, debemos reconocer las fortalezas, no como pócima para reducir ansiedades o depresiones, sino como vía para la acción racional.
Gracias a la cultura democrática, reforzada por una bienvenida confluencia de objetivos en la Asamblea Legislativa, y entre esta y el Ejecutivo (que precede a la covid-19), la discusión y aprobación de leyes para encarar la emergencia ha avanzado con responsabilidad y rapidez. Podemos criticar decisiones o añorar otras que no se han dado, pero el balance ha sido positivo, sobre todo frente al impacto económico y social de la pandemia. También la cultura democrática, junto con un Estado de derecho sólido, ha conducido a una acción gubernamental enérgica, pero sin excesos.
La fortaleza institucional más relevante en este momento se refleja en el sistema de salud. De nuevo, está lejos de ser perfecto, y quizá la mayor prueba no le ha llegado aún; sin embargo, su capacidad de prevención y reacción ha sido admirable, y ha estado acompañada por una vigorosa reacción social, reflejada, entre otras cosas, por la capacidad de aprendizaje, la autocontención y la solidaridad.
El mayor talón de Aquiles es la economía; sobre todo, nuestra debilidad fiscal, que limita las políticas expansivas compensatorias. El sistema financiero se mantiene sano y la diversificación productiva compensa en algo los golpes a engranajes vitales, como el turismo y el comercio; sin embargo, el impacto económico, ya grande, será aún mayor a corto plazo e impondrá otra gran prueba para nuestra salud democrática, institucional y social. El deber de todos será entonces, como ahora, responder con madurez: sin complacencias en el debate o las propuestas, pero con sentido de proporción y centrados en las soluciones.
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El autor es periodista y analista.