Su gran problema ha sido otro, y muy serio. En la práctica, el filtro se convirtió en su única razón de ser y el proceso desdeñó otros dos objetivos esenciales: utilizar los resultados para diagnosticar las debilidades en planes, instituciones, estudiantes y docentes, y emprender acciones correctoras en estas cuatro variables. Además, por aplicarse al final del ciclo y no ser un insumo para evaluar educadores, crearon un incentivo perverso para desentenderse de los reprobados. Esta es una de las razones por las cuales 50.708 de quienes fallaron en una o más materias quedaron rezagados a partir del 2004. Equivalen al 8,6 % del total examinado.
¿Resolverá este enorme problema las pruebas de diagnóstico bautizadas con nombre aburrido (Fortalecimiento de Aprendizaje para la Renovación de Oportunidades), pero sigla sonora y visual: FARO? No me atrevo a responder, pero las señales enviadas hasta ahora justifican la luz verde otorgada al MEP por el Consejo Superior de Educación.
Considero acertada su focalización en cuatro materias, su aplicación en los penúltimos años de primaria y secundaria, su ponderación del 40 % en la nota final de ambos ciclos, su énfasis en usar los resultados como diagnóstico y, particularmente, que sirvan de base para corregir las falencias de los estudiantes y mejorar sus oportunidades académicas y laborales. Esto, a su vez, obligará a planificadores, escuelas, colegios y docentes a asumir de forma directa las responsabilidades que les corresponden.
Si todo lo anterior funciona razonablemente, será posible mezclar, de forma más propositiva, la misión de filtrar con la de mejorar que inspiró los exámenes de bachillerato, pero con un diseño que, en principio, es más lógico y realista, y coloca los incentivos donde deben estar. Si a esto se añadiera el uso de FARO como uno de los insumos para evaluar a los docentes, todavía mejor. Espero señales positivas al respecto.
eduardoulibarri@gmail.com
El autor es periodista.