Su decisión se producirá hoy, pero todo indica que, confrontado con el virtual ultimátum, aceptará el arreglo. Su gran desafío inmediato es cómo apaciguar la estridencia del enojo hiperconservador y dónde encontrar fondos para financiar el muro, sin chocar con obstáculos legales o golpear otras clientelas políticas.
Trump recibirá, para su construcción, menos de la tercera parte de lo exigido, suma que, además, está por debajo de la oferta demócrata de finales del año pasado, que él rechazó y condujo al primer cierre. Además, habrá fondos para cubrir tanto pedidos republicanos como demócratas. Así, ambos salvarán cara, aunque ninguno quede plenamente satisfecho.
Tal es, paradójicamente, el mayor significado político del arreglo, conducido por Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, y Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado. Revela haber sido producto de transacciones entre políticos maduros y con sentido de Estado, algo que parecía extinto en Washington. Además, pone de manifiesto que, para una corriente central de los republicanos, la complicidad con el presidente tiene límites y bajar la cabeza no es la única opción. Este es otro mensaje esencial.
Trump no solo perdió; también fue humillado. Si esto generará en él mayor sentido de realidad o exacerbará sus peores instintos, es algo imponderable. Sin embargo, al haber ganado la sensatez política legislativa, han ganado también la gobernabilidad y la democracia estadounidenses. Nada de esto garantiza tranquilidad futura, pero sí, al menos, una esperanza en la capacidad bipartidista para contener los peores riesgos de la presidencia.
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El autor es periodista.