La justa aspiración nacional de frenar al régimen de Maduro en sus intentos por llegar al Consejo de Derechos Humanos fracasó ayer en la ONU. En la elección para llenar los dos puestos correspondientes a América Latina y el Caribe, Brasil obtuvo 153 votos, Venezuela 105 y Costa Rica 96: lamentable, pero también esperable. Más bien, lo sorprendente es que, a pesar de nuestra extemporánea inscripción en la contienda, la falta de una vigorosa estrategia y la insuficiencia de recursos para conducirla, lográramos tal apoyo. Lo atribuyo, en esencia, al enorme desprestigio venezolano y nuestro sólido capital político internacional. Pero no lo gestionamos bien.
Tras esta dura experiencia, nuestro Estado debería entender, de una vez, que el manejo de las candidaturas del país (o de costarricenses) a organismos internacionales es algo muy serio, que no admite ocurrencias o iniciativas tardías. Al contrario, se imponen un gran rigor, sólido planeamiento y excelente ejecución.
La pretensión de Maduro se conocía desde hacía más de un año, pero no fue hasta el 3 de octubre que, vía Twitter (no declaración oficial), el presidente (no la Cancillería) propuso al país “como alternativa”. Apenas quedaban dos semanas para formalizar la candidatura y buscar apoyos, un complejo toma y daca de votos en el futuro, en el cual los valores no siempre prevalecen. Más aún, la proclamada “dupla” con Brasil nunca se dio en la práctica porque todo indica que su Cancillería no se volcó a nuestro favor. Así, el gobierno asumió un costo interno por ese vínculo simbólico, pero sin un resultado práctico.
Los valores siempre han estado en el primer plano de nuestra política exterior, sobre todo, la promoción de los derechos humanos. Así debe ser, y aquí descansa en buena medida el poder “blando” de Costa Rica en el mundo. Pero impulsarlo con éxito, en el sinuoso mundo de la política exterior, requiere estrategia, disciplina, flexibilidad y una lectura desapasionada de recursos, obstáculos y opciones; es decir, ciertas dosis de realpolitik como condición para impulsar los principios. Fue aquí donde fallamos, algo que también ha ocurrido en el pasado con otras candidaturas. Por esto, lejos de generar recriminaciones, esta experiencia debemos convertirla en fuente de profundo aprendizaje.
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El autor es periodista.