Más allá de sus relevantes hallazgos, análisis y recomendaciones sobre temas esenciales para el desarrollo humano, el más reciente informe del Programa Estado de la Nación (PEN) ofrece un mensaje metodológico que debemos celebrar y tomar en serio. En sus propias palabras, la importancia de la inteligencia de datos «para diseñar y evaluar respuestas públicas» a múltiples desafíos; en su caso, especialmente, los efectos de la pandemia.
Gracias a la captación, sistematización y análisis de datos masivos de diversas bases (big data), el PEN, por ejemplo, modeló cómo diversas coyunturas o «estímulos» podrían alterar la condición social de los hogares, y determinó cómo varios efectos específicos de la covid-19 pueden entenderse a partir de la restricción vehicular, los flujos de movilidad o desplazamiento de la población y su vínculo con los contagios locales. Análisis menos masivos, pero también cuantitativos, revelaron información clave sobre las brechas productivas regionales o el impacto de la desigualdad en la participación electoral local.
Al permitirnos entender mejor las características y dinámicas de realidades sociales, económicas y políticas que, por su naturaleza sistémica, a menudo escapan a otros instrumentos de análisis, la inteligencia de datos se convierte en una robusta herramienta para la toma de decisiones. Que el PEN cuente ya con una Mesa de Ciencia de Datos y Visualizaciones es una excelente noticia.
Sabemos que las características más profundas y relevantes de la experiencia humana no pueden ser reducidas a números. Sabemos también que la calidad del método depende de la que tengan los datos, de su verificación y actualización y de las categorías de análisis que se apliquen para generar relaciones; también, que todo esto puede estar condicionado por sesgos de los investigadores.
Nada de lo anterior, sin embargo, anula su enorme potencial para conocer aspectos hasta ahora muy poco (o mal) explorados de la realidad psicosocial y para utilizarlo como herramienta para la toma de decisiones en política pública. Creo que ese fue el propósito original de la UPAD, pero murió en medio de graves errores y prejuicios. El PEN abre ahora un nuevo camino. Quizá conduzca, al fin, a incorporar la inteligencia de forma orgánica al quehacer del Estado.
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