La Federación de Estudiantes del Instituto Tecnológico (Feitec) puso un saludable «cable a tierra» en la discusión sobre el desempeño de las universidades públicas. Su aporte supera las vaguedades, simplismos y clichés con que se ha abordado el tema, particularmente en semanas recientes, y trasciende la institución de la que forma parte, porque toca desafíos de todas. Entre ellos están su sostenibilidad a mediano plazo, las prioridades para distribuir recursos, los modelos de reclutamiento, remuneración y evaluación que mejoren el desempaño docente, la captación de fondos externos y las modalidades de apoyo a estudiantes de menos recursos.
Quienes, como yo, somos producto de la educación pública y, además, hemos servido en alguna de sus instituciones de educación superior —en mi caso, la UCR—, sabemos que los puntos planteados el miércoles por Feitec están entre los que más aprietan el zapato universitario. Hacia allí es necesario dirigir la atención y aportar soluciones.
No desdeño la importancia de resguardar la autonomía, pero ni está realmente amenazada ni debe enarbolarse como cortina de humo para evitar la autocrítica, la transparencia, el rendimiento de cuentas y la ruptura de prácticas disfuncionales y dispendiosas. Es hora de que, por un lado, las autoridades universitarias no vean en cualquier crítica un ataque, y que, por otro, el examen externo —desde la Asamblea Legislativa, los medios o cualquier otra parte— abandone injustificados prejuicios ideológicos o el reflejo condicionado de que lo público no funciona.
Precisamente por el crucial aporte de nuestras universidades estatales, es necesario descontaminar la discusión y centrarse en las mejoras urgentes, tangibles y profundas por tanto tiempo postergadas. La sociedad tiene derecho a pedirlo, pero la tarea corresponde a ellas.
Debemos ver las peticiones de Feitec como una excelente palanca para impulsar un debate descontaminado y urgente. Si en los años 70 era frecuente calificar a la universidad como «conciencia lúcida de la sociedad», estamos ahora ante un estudiantado convertido en conciencia lúcida de la universidad. Debe prestársele atención, aunque sin olvidar a quienes, desde fuera y con buenas intenciones, también tienen mucho que aportar, e incluso exigir.
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