Para abordar el trasfondo político de la reforma fiscal y algunas de las pugnas y desencuentros que ha suscitado, pensemos en los círculos. Como arranque, me refiero a dos:
Uno, concentrado, es el de los maximalistas. Prescriben soluciones totalizadoras, radicales y simultáneas para afrontar el desbalance fiscal; por ejemplo, cerrar instituciones, despedir personal y eliminar de cuajo los privilegios.
Como abstracción parecen lógicas, pero su ejecución depende de complejas interacciones entre fuerzas diversas, algunas con virtual poder de veto. Otro, múltiple, cobija a quienes defienden intereses: desde el consumidor opuesto al IVA, hasta el gerente de una megacooperativa empeñado en no pagar impuesto sobre la renta, el empleado público aferrado al statu quo o el jerarca amarrado a las transferencias automáticas que benefician su institución.
Si los participantes en cada uno de estos círculos –y muchos otros imaginables– solo miran hacia su ombligo, sustituirán su identidad de ciudadanos por la de miembros de grupos, renunciarán a su deber social y tratarán de impedir todo cambio que los afecte. Es en estas circunstancias que el ejercicio de la política, como búsqueda del mayor bien común posible dentro de las coyunturas existentes, se vuelve indispensable. Su función será superar los intereses particulares, ya sea atemperándolos, balanceándolos o confrontándolos, para avanzar hacia decisiones que siempre serán imperfectas, pero implicarán avances en bienestar colectivo. Es el caso de la reforma fiscal.
En ella hay elementos que no me agradan y ausencias que creo inconvenientes. Sin embargo, tras más de una década de negociaciones, recriminaciones, parálisis y acumulación de deuda, es lo mejor posible y, a la vez, urgente e indispensable. Descarrilarla, no importa la excusa, sería demoledor. Muchos han aportado a su articulación, pero la claridad, prudencia y decisión del presidente, Carlos Alvarado, quien desde la campaña asumió el tema sin tapujos, han sido ejemplares. Nuestra responsabilidad ciudadana es abandonar las trincheras cavadas en los pequeños círculos y asumirnos como miembros de ese territorio más grande y trascendente llamado interés nacional. A todos nos cobija; de todos depende. Debemos sumarnos a la tarea de defenderlo.
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Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).