Este 2020, ya en retirada, nos ha ofrecido el más traumático ejemplo de lo que el filósofo contemporáneo Leif Wenar bautizó como crisis de invención. No son las que surgen y crecen por ignorancia, como las grandes pestes de los siglos XVII y XVIII, con sus millones de muertes. Son las que desatan y aceleran la creatividad y el progreso humanos, como el cambio climático y la covid-19.
«Hoy, las pestilencias nos amenazan no por nuestra ignorancia, sino por el éxito de nuestros sistemas», escribió Wenar cuatro años antes de que un «estúpido» virus (palabra del español Juan Cárdenas) nos pusiera de rodillas. También la invención podrá levantarnos. Pero superar la pandemia y, sobre todo, contener el calentamiento global, no solo demandan creatividad, sino también compromiso, cooperación y lucidez de los liderazgos locales y globales.
No está demostrado, aunque la presunción es muy sólida, que el SARS-CoV-2 abandonara su clóset natural y apareciera en Wuhan, China, debido al impacto humano sobre el balance climático. Pero no hay duda de que los contagios exponenciales se desataron, principalmente, por la rapidez y amplitud del transporte y por las grandes aglomeraciones urbanas, incluido el hacinamiento. Y debemos añadir una ancestral forma de invención perversa: las teorías conspirativas, potenciadas por esa otra novísima creación humana que son las redes sociales.
Sin embargo, también el conocimiento, la invención y los saltos en la metodología de la investigación biomédica han impulsado la hazaña de desarrollar vacunas en tiempo récord: alrededor de nueve meses en este caso, contra nueve años desde que el virus del sarampión fue aislado y su antídoto autorizado, en 1954.
Sobran razones para que pesimismo y optimismo se mezclen en esta era del Antropoceno, con los humanos como la influencia planetaria dominante. A esta escala, podemos calificar la covid-19 como una coyuntura manejable. Que lo digan Pfizer-BioNTech o Moderna. Pero el calentamiento global es otra cosa: un genio maligno y sistémico, que los humanos soltamos y aceleramos, y no sabemos si podremos devolver a su botella. Quizá, desde nuestras responsabilidades, inventemos en el 2021 muchas respuestas para hacerlo posible. Y como esta es mi última columna del año, les deseo felicidad en el que viene.
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