Pese a la impresionante contraofensiva reciente de Ucrania en Járkov, la guerra con Rusia cayó en un atasco prolongado. Aun así, hay una clara vencedora: la industria armamentística estadounidense.
Algunos ven a las empresas del sector como el “arsenal de la democracia”, como denominó el presidente Franklin Delano Roosevelt al esfuerzo industrial estadounidense en apoyo de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Y es innegable el papel que han tenido en la provisión de apoyo a Ucrania para que pudiera repeler la ocupación rusa. Pero su afán de lucro y su influencia sobre la política exterior estadounidense plantean la amenaza de que el arsenal termine volviéndose contra la democracia misma.
La industria armamentística estadounidense —junto con otros grandes exportadores de armas como Rusia, China, Francia, el Reino Unido e Israel— lleva años cosechando los beneficios de largas guerras y alianzas militares duraderas.
Los contratistas estadounidenses (que hoy controlan el 39% del comercio internacional de armas) empezaron a rearmar a Europa mucho antes de que Rusia invadiera Ucrania. Aunque las exportaciones de armas en todo el mundo se redujeron casi un 5% entre el 2017 y el 2021, Europa aumentó un 19% sus compromisos de rearme.
En Estados Unidos, los contratistas de defensa están entre los mayores grupos de presión en Washington. A finales de 2019, Transparency International describió cómo opera el “dinero oscuro” para convencer a los congresistas de que aprueben ventas de armas a regímenes represivos.
Incluso en el caso de las ventas a Israel, los cinco mayores fabricantes estadounidenses de armas gastan en estas acciones de tres a cinco veces lo que el poderoso grupo de presión de Israel en el Congreso, el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel.
Por décadas, la industria armamentística ha tenido una influencia oculta en la política exterior estadounidense, incluidas sus guerras innecesarias. Precisamente sobre esto advirtió el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida en 1961: “El desarrollo de influencias indebidas” por parte de un “inmenso sistema militar y una gran industria armamentística” de los Estados Unidos podían llevar a un “desastroso aumento de poder fuera de lugar”.
Pocos años después, Estados Unidos se enredó en el desastre de la guerra de Vietnam. Y cuando nada quedó del recuerdo de esa derrota, siguieron otros conflictos fallidos y costosos, en particular las dos guerras de Irak y la guerra de 20 años en Afganistán, con su final vergonzoso en el 2021.
Claro que nada de esto justifica el brutal revisionismo del presidente ruso, Vladímir Putin, o su guerra de agresión en Ucrania. Pero es difícil comprender la historia de la OTAN o evaluar los méritos de la propuesta de ampliación si no se tiene en cuenta la cantidad de tiempo y dinero que gastó en su promoción la industria armamentística estadounidense.
Mercado ampliado
Desde finales de los noventa, los principales contratistas de defensa estadounidenses han hecho campaña por ampliar la OTAN, a pesar del consenso casi universal entre funcionarios estadounidenses de alto nivel del área de seguridad respecto de que hacerlo era una provocación innecesaria y podía llevar a un resurgimiento del nacionalismo revisionista ruso.
Al final, la ampliación estuvo supeditada ante todo a cuestiones de política interna. Dan Rostenkowski, presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes hasta 1994 y un muy activo miembro del grupo de presión polaco en el Congreso, amenazó con obstaculizar el presupuesto y otras leyes a menos que la ampliación de la OTAN incluyera a Polonia.
El lobby de las armas celebró. Tras el final de la Guerra Fría, los contratistas de defensa esperaban que la ampliación compensara la reducción de la demanda, al crear un nuevo mercado para sus productos. El Comité Estadounidense para la Ampliación de la OTAN —organismo promotor privado fundado en 1996 por Bruce L. Jackson, entonces director de planificación estratégica en Lockheed Martin— fue en la práctica una creación de la industria militar.
El ingreso de países excomunistas centroeuropeos como Hungría, Polonia y la República Checa resultó muy lucrativo para los fabricantes estadounidenses de sistemas de armamento avanzados.
El beneficio que obtuvieron no pasó inadvertido al senador demócrata Tom Harkin, que en una audiencia de 1997 en el Senado presentó el proyecto de ampliación de la OTAN de la administración Clinton como “un Plan Marshall para contratistas de defensa ansiosos de vender armas y obtener ganancias”.
El ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN también creará un gran mercado para los contratistas de defensa estadounidenses, ya que los sistemas que fabrican serán de uso obligado para esos países en virtud de la regla de interoperabilidad de la Alianza.
La guerra en Ucrania dejó a la luz la magnitud del fracaso de Europa en la búsqueda de “autonomía estratégica”: en este momento, el 60% de la capacidad militar europea lo proveen fabricantes no pertenecientes a la Unión Europea.
Festival de gasto
Esto llevó a las autoridades europeas a formular planes para reducir la dependencia del bloque respecto de los armamentos estadounidenses. Con la esperanza de quedarse con una parte de los 200.000 millones de euros ($199.000 millones) del aumento del gasto en defensa que aprobó la UE en mayo, los fabricantes de armas y bancos de inversión europeos han llegado incluso a clasificar la industria como fuente de “un aporte positivo a la ‘sostenibilidad social’” según los criterios ambientales, sociales y de gobernanza corporativa de la UE.
Pero en lo inmediato será la industria armamentística estadounidense la que obtendrá el mayor beneficio del festival de gasto en defensa de Europa. Por ejemplo, el Departamento de Estado de los Estados Unidos aprobó hace poco una venta de aviones de combate F‑35 a Alemania, por $8.400 millones, y para los gobiernos de Europa central y del este comprarle a Estados Unidos siempre ha sido el mejor modo de asegurarse su protección.
A Europa le llevará mucho tiempo conseguir la autonomía estratégica. En comparación con los países europeos, Estados Unidos ha gastado el séxtuple en investigación y tecnología como proporción de su presupuesto de defensa. Y, gracias a la generosidad del Congreso, que hace unos meses aumentó un 9% dicho presupuesto hasta un nivel récord superior a $800.000 millones, la industria armamentística estadounidense tiene casi garantizado mantener la ventaja tecnológica por muchos años.
Claro que la decisión estadounidense de responder el pedido de ayuda del pueblo ucraniano tiene buenas razones políticas y morales que la respaldan. Pero también es evidente que si Estados Unidos no limita la influencia del enorme complejo militar industrial sobre su política exterior, terminará empantanado en muchos otros conflictos armados que no siempre serán tan fáciles de justificar como la guerra en Ucrania.
Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos Exteriores de Israel, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz.
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