No esperé que me tocara vivir en una época como esta, me dijo Benjamín Ames, mientras buscaba una partitura para explicarme las ventajas del arpa. Son malos tiempos para todo, agregó, se mire donde se mire, hasta para ese instrumento, que en todas partes parece estar fuera de lugar.
¿Hay alguna época que sea mejor que otra?, le pregunté. No lo sé, respondió, pero seguramente no será esta: para comenzar, gracias a este engreído virus vivo con una espada de Damocles en la cabeza, con la amenaza persistente de un peligro que no consiste en la muerte, sino en la hospitalización.
Lo comprendo perfectamente. Yo mismo no alcanzo a ver la cacareada luz al final del túnel, aunque espero al menos que si algún día llega no sea demasiado tarde. Pero él, en cambio, está muy desanimado, contrariamente a sus inclinaciones o su naturaleza, a causa de muchas otras cosas.
Una, es que comenzó desde muy temprano a sentirse viejo, y piensa que un viejo es como un recipiente ya lleno, que empieza a desbordarse. Antes, pensaba que los viejos eran una especie aparte, como los gorriones o los zorros; cree que cada día incordia más a sus amigos porque alguno le dijo hace mucho tiempo que son peligrosos los viejos, que conservan el recuerdo de las cosas pasadas, pero han perdido el de sus repeticiones. Sin embargo, hace poco, cuando uno de ellos murió, lo elogió de mala manera: su espíritu no sabía envejecer, comentó, y no conoció nunca la vejez, que consiste en quedarse humillado en un rincón llorando el desmoronamiento del pasado.
Como sabe todo el mundo, la memoria de Ames supera con mucho su autenticidad. Por falta de interés, o de recursos, no ha dado el salto de lo impreso a lo virtual. Días atrás, lo sorprendí leyendo un periódico, a los que él no es adicto porque afirma que hacen perder la capacidad para escoger en qué pensar: no lo leo, lo ojeo, se excusó: intimidación, abusos de poder, asalto a la democracia y, por si esto fuera poco, retroceso de los antiguos derechos; un hombre, igual que una mosca, es susceptible de ser aplastado con un periódico.
Tal vez me equivoque, dice, con tono profético, casi poético, y estos sean los mejores tiempos, la primavera de la esperanza y no el invierno de la desesperación. Oyéndolo tan postrado, le dije: sea como sea, Ames, tendría que cuidarse. Contestó: ¿Y qué haría yo con una larga vida?
El autor es exmagistrado.