Para no pocas personas, solo el hecho de “ser”, o de hacer cosas cotidianas para la gran mayoría, supone un conflicto permanente con las convenciones imperantes. Mucho me impresionaron las palabras de la excapitana de la Selección de Fútbol de Palestina: “Como palestina, crecí bajo la ocupación y la opresión: mi identidad fue mi prisión. Como cristiana, viví en una sociedad musulmana dominada por el hombre. Como árabe, en un mundo con mucho racismo y estereotipos, mi etnicidad también se convirtió en mi prisión. Y por ser mujer, en una sociedad patriarcal, donde el fútbol era una actividad de hombres, mi género fue mi prisión. Todas estas identidades se convirtieron en mi prisión, pero también a través de ellas encontré la libertad para ser de la manera que soy” ( El País , España, 10/2/2015).
Apenas si logro dimensionar el ahogo de una mujer palestina, cristiana, árabe y futbolista viviendo en territorios ocupados. Imagino que es algo parecido a ser mujer negra e intelectual en la Sudáfrica del apartheid , o, como Malala, la joven nobel de la paz del 2014, ser mujer, joven y estudiante en el Afganistán de los talibanes. Pensemos: ¿ser hombre, homosexual y bailarín en la Costa Rica de los años sesenta del siglo pasado? Lo más interesante, sin embargo, es que la futbolista siguió pateando balones a pesar de los pesares, subvirtiendo así los confines de su desesperada situación.
¿Cómo lo hizo? ¿Cuán extraordinario fue su esfuerzo para no derrumbarse ante tanta carga encima? No debiera ser tan complicado ejercer la libertad personal, pero lo es, y no quisiera pensar en los millones de personas que desisten de todo por no soportar la presión de las convenciones sociales. Los límites sociales son indispensables para la vida en sociedad, pero, cuando se juntan con relaciones de poder, tienden a atropellar las libertades personales más preciadas.
Menudo dilema: ¿dónde trazar la delicada frontera entre la necesidad del orden y el ejercicio de la libertad? Creo que nunca habrá consenso al respecto, pero, en lo que a mí respecta, me decanto por el lado de la libertad personal. Mi única condición: libertad, siempre que no se lastimen derechos ajenos. Visto así, prefiero a la mujer palestina-cristiana-árabe-futbolista que a esa mujer enjaulada entre cuatro paredes.
Patear un balón, querer estudiar, ejercer una sexualidad distinta, matrimoniarse con otro del mismo sexo, entre otras cosas, puede molestar a muchos, herir sensibilidades, pero no viola ningún derecho ajeno.
Prefiero un mundo plural y pluralista.