Una de las mayores preocupaciones de los analistas sociales es la gobernabilidad, pues está claro que sin ella es imposible la buena calidad de vida en la sociedad. Enfocado de otra forma, podemos decir que el buen vivir es posible solo en las comunidades gobernables.
El principal enemigo de la gobernabilidad es el caos. En su obra ¿Por qué?, la Dra. Sharon Dirckx narra los horrores de lo vivido en Somalia por funcionarios de oenegés en 1993.
Todo ciudadano extranjero que deseaba ingresar a Somalia en aquel entonces debía hacerlo con una escolta fuertemente armada.Era condición indispensable para sobrevivir.
Un avión, para evacuar personal, al aterrizar en Mogadiscio, la capital, mantenía en tierra los motores encendidos y despegaba inmediatamente una vez cumplido su brevísimo cometido.
Dirckx describe en su libro una ciudad completamente en ruinas y calcinada, donde la regla era ver adolescentes conducir con sus armas y disparar intermitentemente desde los vehículos.
Debido al vandalismo contra los agricultores, la actividad agraria era ya inexistente, y en los hospitales se olían las aguas negras en suelos bañados de sangre.
Una plaga
Ese mismo año el caos traducido en genocidio se apoderó de Ruanda, donde la rivalidad entre etnias causó la masacre de cerca de un millón de tutsis, incitada por la hegemonía del gobierno hutu.
Haití es en América el prototipo de sociedad ingobernable, a consecuencia del desorden imperante. El diario español ABC publicó el 7 de junio del 2021 un recuento histórico: en 72 años (de 1922 a 1994) se contabilizó la pavorosa cifra de 102 guerras civiles, revoluciones, insurrecciones, revueltas y golpes de Estado.
En su lucha independentista, que fue una horrorosa carnicería en la cual murieron los franceses blancos de la isla, el caos ha sido el común denominador.
Como sucedió en Somalia y Ruanda, o en el pasado reciente en algunas ciudades centroamericanas, vastas zonas de Puerto Príncipe, capital haitiana, son controladas por grupos de mafiosos dedicados a la extorsión, el robo y el secuestro, sin que las autoridades puedan siquiera penetrar en esas áreas.
Fundamentos
Seis son las condiciones básicas que la gobernabilidad requiere. En primer término, el ejercicio del principio de autoridad, tan amenazado en las sociedades posmodernas.
Para que la noción de autoridad prevalezca, es indispensable la defensa del concepto de lo que la verdad es. De ahí el peligro del relativismo, que niega tal fundamento y desacredita la existencia e importancia vital de la noción de la verdad.
Una vez atacado el concepto fundamental es imposible sostener una escala de valores, por lo que la noción de autoridad se torna innecesaria.
Así, tenemos el primer conjunto de tres condiciones básicas para la gobernabilidad: autoridad, reconocimiento del concepto de verdad y una jerarquía o escala de valores.
El segundo conjunto de condiciones se inicia con el concepto de dirección política en libertad. Sin el marco de la libertad, el ejercicio del poder y la autoridad es despotismo.
Y en tiranía es imposible el ejercicio de la gobernabilidad, pues, como dije al principio, si bien debe reconocerse que la gobernabilidad es una condición para el desarrollo, también debe advertirse de que por sí sola no garantiza la prosperidad.
De lo contrario, para conquistar el desarrollo, bastaría un leviatán totalitario donde el poder tenga férreo control del gobierno nacional.
Frenos y contrapesos
Experiencias como la de la famélica Cuba prueban lo falso de estas quimeras. Es cierto que allí no hay caos porque la autoridad está firmemente asentada y la sociedad uniformemente sujeta mediante los hilos que el poder manipula con dureza; sin embargo, es una realidad estadística que, en este tipo de regímenes, no hay prosperidad.
Allí, hay un uso abusivo de las potestades de gobierno, con lo cual la gobernabilidad se degrada por los excesos en el ejercicio de la autoridad. Así, entonces, sumado al ejercicio de la dirección en libertad, tenemos una quinta condición que son las formas de gobierno equilibradas.
Es un viejo principio constitucionalista, que comienza con las leyes políticas de frenos y contrapesos en el Estado, de tal forma que, en palabras de Montesquieu, uno de sus principales ideólogos, “que el poder detenga el poder”.
Si no hay gobierno contenido que evite el crecimiento progresivo y omnímodo del poder que tiende a dominar cada vez mayores cotos de la vida ciudadana, la gobernabilidad es igualmente imposible, pues degenera en tiranía.
Cultura social
La última, pero básica de las condiciones de la gobernabilidad, es la cultura social. El desorden es un síntoma de una crisis aún más profunda, como lo es la crisis cultural de los pueblos.
En casi todas las circunstancias en que el caos aparece, la razón es una derivación de la crisis de cultura de las comunidades que lo sufren.
De ahí que aceptar que la cultura de una sociedad es la más férrea columna en la que se construye y sostiene la gobernabilidad sea esencial.
Un pueblo inculto será una sociedad ingobernable. Por eso, la cultura de una nación es su principal posesión, y es un bien inmaterial. La cultura es la vocación de bien y bondad que produce mansedumbre, que es fortaleza bajo control, educación, urbanidad y espiritualidad genuina.
Por eso, es importante que del gobernante provenga el primer ejemplo de las virtudes de caridad y templanza.
El autor es abogado constitucionalista.