En la casa de mis papás, nunca podía faltar un fresco bien frío de limón, de naranjilla, de mora o de cas para acompañar el almuerzo o una amena plática en la tardecita.
Recuerdo el ritual de preparación que implicaba lavar las frutas, pelarlas, picarlas y echarlas en la licuadora con suficiente agua y azúcar al gusto para endulzar la bebida. ¡Y listo para servir!
El pichel solía quedar vacío en un santiamén, por lo que siempre era necesario preparar una segunda tanda, la cual tampoco duraba, debido a las furtivas incursiones de los sedientos a la refrigeradora.
Nunca tuve duda sobre los múltiples beneficios de los frescos preparados en el hogar: su bajo costo, su elaboración sencilla y su importante aporte de nutrientes.
Por eso quedé impactado cuando me enteré de que este tipo de bebidas representan la principal fuente de azúcar añadida en la dieta de los adolescentes.
Sin embargo, la culpa no es de los brebajes en sí, sino de la excesiva cantidad de edulcorante que solemos echarles para que adquieran un sabor más agradable al paladar.
En palabras de un científico del Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Nutrición y Salud (Inciensa), estas bebidas se han convertido en “cajetas líquidas”, debido a su elevada concentración de azúcar.
Imagine que la OMS recomienda consumir un máximo de 25 gramos diarios de endulzante, pero el Inciensa halló hasta 40 en los frescos que consumen los adolescentes.
Se supone que el azúcar no debe representar más del 10 % de las calorías al día. No obstante, un estudio del Instituto determinó que el 43,2 % de los muchachos de entre 12 y 19 años duplica esa cifra.
La investigación alerta de que esas cinco cucharaditas de más al día aumentan el riesgo de que los jóvenes desarrollen enfermedades cardiovasculares, como infartos, hipertensión o diabetes.
El exceso de azúcar no solo está presente en los frescos caseros, sino también en otros productos industrializados, como los jugos y las bebidas gaseosas.
Frente a la evidencia científica, está claro que debemos dosificar el consumo de alimentos azucarados, tanto comprados como preparados en casa, para cuidar la salud.
La tarea no es fácil porque significa abandonar prácticas enraizadas en las familias y la sociedad. Pero es mejor decidirse a cambiar hábitos ahora que empeñar el futuro por cinco chucharaditas de más.
El autor es jefe de información de La Nación.