Brayan, hijo menor del gobernador de Barataria, regresó de Estados Unidos tras haberse graduado en Informática. Puso sus conocimientos al servicio del gobierno de su padre –Sancho XII de la dinastía de los donquijótidas– y en muy poco tiempo tuvo todo a punto para poner en marcha el nuevo sistema informatizado de carga y descarga de puerto Dulcinea, de modo que una mañana la Corte y el Consejo de Gobierno se reunieron en el mirador de control del muelle principal, desde el que, a una orden del gobernador, Brayan ejecutaría la descarga robótica del buque El Generalísimo, de bandera española, procedente de Shanghái.
Cuando llegó el momento, Brayan dio unos delicados golpes sobre la pantalla de un superordenador, pero algo salió mal: una locomotora autoconducida arrastró diez vagones por espacio de tres metros y luego se detuvo en seco. Desde el otro extremo del muelle, el griego capitán del buque comenzó a hacer ademanes inescrutables, al tiempo que el confundido hijo del gobernador tamborileaba en la pantalla la percusión del Bolero de Ravel. “¿Pues qué ocurre, hijo?”, se preocupó Sancho XII. “Nada, padre, que no llega fluido eléctrico a la locomotora y tampoco responden las grúas automáticas”. “Haz algo, hombre, que estamos quedando en ridículo ante ese griego histérico”, ordenó el viejo. “Lo intenté todo, padre, y nada se mueve, y aquí me dice el ordenador que está parada una de las centrales eléctricas de la Ínsula”.
Sancho XII se rascó alternativamente la calva y la barriga antes de aclarar: “Bueno, yo mismo ordené que la planta térmica se clausurase por obsoleta, que con eso de que si seguimos quemando combustibles fósiles y tal vamos a fastidiar el clima, tú nos vas a descarbonizar usando los bits de los ordenadores para que las locomotoras y las grúas funcionen como Dios manda”.
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“¡Vamos, padre, que la has liado tú ahora! Los bits no sirven para eso. Tendrás que mandar a la milicia y a los gendarmes a requisar todos los burros de Barataria para que nos ayuden a descargar el barco antes de que al griego le entre una rabieta, y después vas a ordenar que esa planta térmica vuelva a funcionar”. “Lo siento mucho, Brayan, pero yo te entendí que ahora todo se maneja con los bits de los ordenadores y les vendí a unos japoneses la planta a precio de chatarra”.
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