«No te metás donde no te llaman», era uno de los sellos verbales con los que las abuelas trataban de marcarnos la frente. No podemos decir que aquella consigna atenuara la curiosidad de nuestra generación, por ejemplo, en el ámbito científico, pero es posible que haya contribuido a hacernos más tímidos. O más taimados, no sé.
Me encontraba a veces con un narrador deportivo cuyo programa no escuchaba casi nunca, pero conversábamos, y un día tuve la mala pata de interesarme en un partido de fútbol en el que el triunfo de la Selección de Panamá era vital para que la nuestra se clasificara para algo. En el transcurso de la transmisión, mi conocido se emocionó y «les hizo barra» a los canaleros con una canción haitiana creyendo que era panameña. En nuestro siguiente encuentro cometí el error de comentarle su confusión y nipakeleskuento, para que parezca que me recordó a mi abuela en griego.
Fue diferente cuando formé parte del grupo tico que se metió donde no lo llamaban promoviendo la prohibición constitucional del ejército en Panamá. Al final de la campaña, una encuesta muy confiable mostraba que el apoyo popular a la reforma constitucional era aplastante, de modo que los partidos políticos panameños apostaron por la convocatoria de un referendo que sin duda sería favorable a la prohibición del ejército. Todo iba a pedir de boca.
Pero he aquí el domingo siete: los políticos profesionales se alagartaron, por así decirlo, metiendo demasiada gente en el bote. Hicieron que la pregunta sometida a consulta popular —que debía responderse con sí o con no— incluyera una enorme cantidad de temas que nada tenían que ver con la prohibición del ejército, y el resultado fue que se les hundió el kayak. Ganó, de calle, el NO, por la sencilla razón de que el pueblo panameño no es idiota y quería comerse el platillo, pero no condimentado con cianuro.
Aquella estulticia de los políticos hizo fracasar el proyecto. Por dicha se dieron cuenta de la torta que se habían jalado y, varios años después, la enmendaron, no voy a contar cómo porque el espacio me alcanza apenas para preguntar si en este momento no estará ocurriendo —en Costa Rica, no en Panama mwen tonbe— algo muy parecido con el alagartamiento de los políticos. Nadie escarmienta en jupa ajena, otra de las de las abuelitas.
El autor es químico.