Polígono: País del aire

Cuánta alegría debemos sentir cada vez que, por cualquier razón, se suspende una reunión internacional de burócratas.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Si bien casi todos los seres humanos habitamos tierra enjuta, no todos tenemos ni necesitamos lo que suele llamarse una dirección fija. Existen los trashumantes —por ejemplo, los pastores mongoles y lapones— a los que no les preocupa ser poco menos que ilocalizables, las distintas categorías de refugiados y los sintechos, los que viven sobre ruedas y aunque no se muevan de un lugar durante años conservan la opción de trasladarse en cualquier momento a cientos de kilómetros de distancia, y también los que, como los habitantes de barcazas en Ámsterdam o Hong Kong, no viven en tierra seca, solo están atados a ella; tampoco faltan los que trabajan en el mar dedicados a la pesquería y casi nunca bajan a tierra, así como los delincuentes que permanecen en altamar con el fin de eludir a la Interpol. Cada uno de esos grupos incide a su manera sobre el medioambiente y podemos confiar en que ya alguien escribió una tesis de licenciatura sobre los diferentes tipos de contaminación que generan.

Sin embargo, es curioso que nunca hayamos oído hablar del millón y resto de personas que viven en el aire. Nos referimos a los habitantes de las diez mil aeronaves de línea que vuelan en cada momento, las 24 horas del día y los 365 días del año. Claro, no son siempre las mismas personas, pero no hay que ser muy observador para descubrir que aun cuando hay un régimen de relevo muy acelerado, ministros, obispos, rectores, influencers, parlamentarios, deportistas de élite y estrellas del espectáculo —como los políticos— son casi habitantes permanentes de ese país volador.

Es, sin duda alguna, la población más contaminante del mundo en términos absolutos y relativos. Tomemos nota, no más: para mantener en vuelo a ese millón y resto de animales pensantes se consumen, por cada hora y por cada cabeza, unos 22 kilos de combustible que a su vez generan unos 66 kilos de CO2, de manera que —no tengan temor de confiar en nuestros cálculos— el país de los cielos emite al año cerca de 6.000 millones de toneladas de CO2, equivalentes a alrededor del 14 % de las emisiones antropogénicas de ese gas. Es decir, cada habitante del aire contamina más que mil habitantes de a ras del suelo. De ahí nuestra alegría cada vez que, por cualquier razón, se suspende una reunión internacional de burócratas.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.