¿Hay diferencias entre un país centroamericano típico y otro tan atípico que bien podríamos considerarlo europeo? En setiembre de 1972, veníamos por tierra desde Massachusetts a bordo de un vehículo cuya carga más pesada era un baúl metálico lleno de libros de química y de literatura. En la aduana fronteriza del norte de Nicaragua nos hicieron bajar del vehículo para que ilustrados guardias nacionales revisaran, uno a uno, los libros: Polymer Chemistry, Slaughterhouse Five, Modern Methods of Organic Sythesis, Théâtre et récits nouvelles —de Camus, claro—, Por quién doblan las campanas, etc., etc.
De pie, bajo un sol ardiente, vi cómo las pezuñas de los inspectores castrenses manoseaban las páginas con una parsimonia que hizo exclamar a uno de mis acompañantes, un gringo harvardiano: “¿Sabrán leer estos primates? Parece que están deshojando alcachofas”. Iba a protestar por la connotación racista del comentario, pero me abstuve al recordar que desde Texas hasta la Patagonia a los militares latinoamericanos los llamábamos gorilas. Lo bueno fue que no perdí un solo libro y llegué con ellos intactos a mi culta Costa Rica sin que me cobraran un centavo en ninguna aduana.
El contraste se dio el pasado 13 de setiembre en la aduana postal de Zapote, a poca distancia de la Casa Presidencial del país más culto del mundo. Sin uniforme, pero tan flemático como los gorilas somocistas, un inspector revisó el lote de libros que, después de comprarlos en una feria del libro y en las ventas de libros usados, me había enviado un amigo desde Portugal. No saqué ventaja alguna de que el inspector autóctono no estuviera armado porque la tozudez burocrática resultó ser tan intimidante como un rifle en manos de un borracho.
Ya había pagado por el almacenaje de los libros, pero el inspector se negó a entregarlos porque “le hacía falta” una factura de compra por cada uno de los volúmenes, ¡para cobrarme los impuestos! ¿No era que en este país tan alfabetizado los libros traídos sin fines comerciales no pagaban impuestos? Al no contar con las facturas —algo que ni los primates somocistas de Nicaragua me pidieron—, tuve que renunciar a mis libros rogando al cielo que las alcachofas literarias en portugués de Eça de Queiroz no sean deshojadas con esos fines indecorosos que me imagino.
duranayanegui@gmail.com
El autor es químico.
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