Columnistas

Polígono: Libros a la pira

Cuesta mucho creer que la Iglesia polaca haya olvidado que la quema de libros por razones religiosas o ideológicas tienden a ser preludios de sacrificios humanos en hogueras y hornos.

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“¡Otra vez leyendo terroríficas!”, era la paternal reconvención que don M., nuestro vecino evangélico, dirigía a su hijo menor. Este había armado dentro de la casa un cuchitril que, para los mocosos del barrio, era una suerte de biblioteca clandestina. Ahí cometíamos la grave falta de intercambiar novelas y tiras cómicas de vaqueros, de piratas y de terror. Aun cuando la regañada iba dirigida al “pecador” doméstico, de rebote nos afectaba a todos los demás chicos, católicos y protestantes. Nuestra vergüenza duraba unos minutos y luego continuábamos las “travesuras” seguros de que a nuestro respetable acusador nunca se le ocurriría vedarnos unos libros y unas revistas que nos costaba mucho conseguir. Tal vez no conocíamos aún la palabra barbarie, pero sabíamos que don M. nunca cometería la atrocidad de hacer piras de libros.








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