Entre los viejos manuscritos que introduje en el triturador iba un pésimo poema que escribí inspirado por la dama cuyo elegante sombrero admiré durante un traspaso de poderes en Puerto Príncipe, gracias a que, por azar, mi asiento se ubicaba detrás del de ella. Abajo, en la explanada que un terremoto cubriría un día no lejano con los escombros de la casa presidencial, desfilaban cientos de escolares y miembros de la recién creada Policía Civil, pues el Ejército había sido disuelto por el presidente saliente, Jean-Bertrand Aristide, émulo haitiano de don Pepe Figueres. La señora cuyo adorno capilar me impedía en parte ver el espectáculo era sin duda el más importante de los personajes presentes y su rostro y sus ademanes mostraban que se sentía incómoda en aquel sitio. Y con razón: ella era la representante del imperio más poderoso de la tierra y lo que presenciaba ahora era un oscuro episodio de la historia de un pueblo condenado a la miseria. Se me antojaba una procónsul romana haciendo antesala en el palacio de un reyezuelo vasallo en algún lugar del levante.
Sin embargo, en aquel momento nadie podía imaginar que llegaría a ser secretaria de Estado de Estados Unidos y, luego, una pertinaz animadora de la invasión a Irak.
Años después, en un momento de ocio, esbocé mi ripioso poema pensando en la fatalidad que suele acompañar a los nombres. La mujer del sombrero había nacido en 1937, en Praga, en el seno de una familia judía convertida al catolicismo, que escaparía sana y salva de su país amenazado por los nazis.
Su nombre, Jana, significa “Dios se ha apiadado”, y en su apellido, Korbelová, me pareció ver la raíz de la palabra hebrea korba, que significa ofrenda, en el sentido de las ofrendas de Abel y Caín. Cuando fue escolar en Suiza, la joven hija de la ofrenda decidió llamarse Madeleine, nombre interpretable como “la que vigila desde la torre”, y, más adelante, al contraer matrimonio en Estados Unidos se convirtió a la Iglesia episcopal y su apellido pasó a ser Albright.
LEA MÁS: Estados Unidos y la integridad electoral
Transcurrió el tiempo y, cuando una periodista le hizo notar que la guerra de Irak causó las muertes de medio millón de niños, más que cuantos perecieron en Hiroshima y Nagasaki, la anciana Korbelová dijo sin inmutarse: “Valió la pena ese precio”. De eso no hablaba mi hoy triturado ripio.
duranayanegui@gmail.com