En 1993, la escritora yugoslava Dubravka Ugresic se exilió en Holanda, donde más tarde adoptó la nacionalidad neerlandesa. Su sólido alegato contra la demolición de su patria, The Culture of Lies, fue publicado en 1998, de ahí que en el verano del 2016 ella y su libro vinieran a mi memoria en el transcurso de un concierto al aire libre en el que, bajo la bandera y el escudo de la para entonces desaparecida Yugoslavia, se presentaban, juntos, artistas procedentes de los seis fragmentos: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Montenegro y Macedonia. Imaginé que a la escritora le habría gustado estar ahí para sentirse, por un minuto, como en mejores tiempos.
Ahora, en diciembre, encontré en una librería local su obra más reciente: Zorro, libro que habla de libros y cuyo hilo conductor es la indagación sobre un relato del escritor ruso Boris Pilniak, titulado Un cuento sobre cómo se crean los cuentos. En la parte inicial, Ugresic rememora a la anciana de Fahrenheit 451 que prefiere morir quemada con su biblioteca antes que vivir sin sus libros, y sugiere que aquel acto de la anciana fue “una elección muy comprensible”; sin embargo, pocas páginas más adelante, su fe en la supervivencia de la literatura se tambalea: “Ahora vivo en una época en la que las palabras están arrinconadas. ¿Cómo esperar que los usuarios de las nuevas tecnologías, cuyo idioma se compone de imágenes y símbolos, al haber pasado por una metamorfosis física y mental, estén dispuestos a leer algo que no hace mucho todavía se llamaba texto literario, y hoy aparece bajo el nombre, generalmente aceptado, de libro?”.
Creo haberme hecho la misma pregunta hace poco, cuando seguía la discusión planteada en nuestros círculos (¿?) literarios en torno al desinterés en la lectura en el que, se afirmaba, hemos caído los costarricenses. La voz de orden predominante era: “Nuestro sistema educativo debe promover más el hábito de la lectura”. Pero tuve la sensación de que no todos los que la repetían sabrían cómo justificarla. Por ejemplo, me parece que creando una red nacional de talleres literarios, como propusieron algunos, podríamos formar —si contásemos con guías óptimos— una generación de grandes escritores, pero no lograríamos despertar en niños y jóvenes interés alguno en los libros.
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El autor es químico.