Dos caras en toda medalla. En Alaska, Canadá, Mongolia, Noruega y Siberia, en los Alpes, los Himalayas y los Urales, científicos dedicados a la arqueología y a la paleontología glaciales viven un agitado festín de descubrimientos que debe de abrirles el apetito a los interesados en la prehistoria y la paleobiología. Pero esa inesperada abundancia de hallazgos en ambos campos plantea un problema: no se dispone de suficientes científicos capacitados para ordenarlos y ponerlos a salvo, y las instituciones llamadas a prepararlos —instituciones culturales, al fin y al cabo— carecen de unos recursos que sí están al alcance de las fuerzas armadas de muchos países. Es como si miles de productores agrícolas vieran perderse sus cosechas porque las decisiones políticas los privaron de la mano de obra y de los equipos necesarios para la recolección.
Ambas ramas científicas solían ser rarezas fundamentalmente académicas, dependientes de los resultados de complejas perforaciones realizadas en las regiones del planeta permanentemente cubiertas por capas de hielo acumuladas a lo largo de cientos o miles de años. Esas regiones fueron habitadas en el pasado por especies vivientes —incluida la humana—, muchas de ellas extinguidas. Sin embargo, a causa del calentamiento del planeta se ha acelerado el deshielo y están quedando al descubierto huellas de antiguas culturas y yacimientos de restos orgánicos de gran interés científico que deberían ser rescatados antes de que el anegamiento y la descomposición los destruyan.
El seguimiento de los numerosos hallazgos de animales y vegetales, así como de piezas arqueológicas de madera, cuero, piedra y metal que el hielo conservó en buen estado, entusiasma hasta a los legos. Pero también desalienta: las condiciones que facilitaron esa conservación desaparecen con extrema rapidez y con ello se producen efectos comparables a los del incendio de un gigantesco museo arqueológico o científico.
Desde otra vertiente científica, se observa que a todo esto le sirve de telón de fondo algo amenazador. El derretimiento de los hielos milenarios agudiza las emisiones naturales de gases de efecto invernadero, como el metano y los óxidos de carbono y de nitrógeno. El metano, en particular, representa para la humanidad una amenaza apocalíptica.
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El autor es químico.
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