Polígono: Día del Libro

La celebración virtual no estuvo exenta de las repetidas discusiones sobre el futuro del libro, los lugares comunes sobre el añejado olor, la atracción visual y otros pensamientos paleolíticos.

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La consigna de alejamiento físico hizo que este año el Día del Libro se celebrara casi solo de manera virtual y es posible que gracias a Netflix haya resultado descolorido.

Eso sí, en la prensa internacional y en las redes sociales, se repitieron las discusiones —alguien las calificó de melancólicas— sobre el futuro del libro.

Aparecieron los consabidos lugares comunes sobre el añejado olor, la atracción visual y la agradable textura de unos paralelepípedos rectangulares de celulosa, con frecuencia más atractivos para las polillas que para los lectores.

Invariablemente, el eje de esas discusiones fue una barra tendida entre los volúmenes capaces de hundir bajo su peso los estantes de las bibliotecas y los intangibles fantasmas electrónicos que permiten sublimar en una pantalla los profundos mensajes de los autores.

Fue quizá Jorge Luis Borges quien —dicho sea sin mala intención— hizo ver que, en ausencia de un lector, el libro solo existe en un universo paralelo al que muy pocos tienen acceso.

En un relato de autor olvidado, un entusiasta romano viaja en el año 9 d. C. hasta un confín del Imperio en busca de un libro perdido del desaparecido poeta Ovidio y encuentra en aquel sitio, bajo una oscura capa de moluscos, el único ejemplar de Las metamorfosis esculpido sobre una muralla.

No se trataba de un pocketbook que pudiera meter en su mochila, pero el viajero bien pudo, como si fuera un personaje de Ray Bradbury, aprendérselo de memoria para llevárselo consigo.

Los libros existen más allá de sus sustratos momentáneos. Hay por ahí algunos que preferiríamos que nunca hubieran existido; sin embargo, no deben preocuparnos porque el tiempo es —y no lo afirmo en cuanto químico— el corrosivo más eficaz de la memoria humana. Y de la tinta, dicho sea de paso.

Otro tema de este gris Día del Libro fue el futuro de las bibliotecas y las librerías. Las primeras me preocupan porque creo que las redes electrónicas pueden colapsar naturalmente o bajo los efectos de una locura bélica; pero me importa un bledo que en algún momento los libros se vendan solo por medio de Internet.

Sobre todo después de haber sido víctima de la política de algunos libreros que permiten en sus otrora acogedoras tiendas de libros una música ambiental, tipo supermercado, reducida a veces al nivel Arjona.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.