Cuatro estudiantes extranjeros de posgrado y un profesor belga nos dirigíamos en mi auto a Múnich, donde tendría lugar un congreso internacional de química bastante especializado. Los estudiantes especulábamos sobre las enseñanzas que recibiríamos de los cardenales europeos de nuestra ciencia, y cuando el taciturno sabio de a bordo nos interrumpió para decir que esperábamos demasiado, supusimos que lo que pretendía era callarnos para dormir un rato. Guardamos silencio, pero un minuto después sentenció: “Aunque el congreso es de alto nivel ahí también se cumplirá la tercera ley de Parkinson”.
Nunca había oído hablar de las leyes de Parkinson, pero el colega alemán que ocupaba el asiento del muerto sí las conocía y procedió a recitar la tercera: “En toda reunión, el tiempo que se dedica a cada tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia”. Agarrado del volante, protesté: “Entonces, mis socios, ¿para qué diablos hacemos este viaje?”. “Mon vieux”, explicó el profesor, “si vamos, es para aparecer en la lista de participantes y ganarnos el derecho a añadirlo al currículum vitae”.
Días después, a riesgo de entrar en somnolencia en la ordenada serenidad de la autopista alemana, hice en el nocturno viaje de retorno un repaso de lo ocurrido en el congreso y poco a poco le fui dando la razón al ahora adormecido profesor: aparte de un par de conferencias memorables, el resto consistió en anodinas exposiciones que al parecer solo entusiasmaban a los expositores mismos y, en la mayoría de los casos, terminaron convertidas en aburridos debates sobre detalles científicamente irrelevantes. Pero la misión estaba cumplida: regresábamos a Bélgica autorizados a escribir líneas adicionales en la hoja de vida.
Aun cuando es imperdonable que hubiera ignorado hasta entonces la importante ley cuyo inminente cumplimiento había anunciado el profesor, con el paso del tiempo me fue útil para justipreciar el valor que tiene la participación de los funcionarios en sinnúmero de congresos, simposios, cumbres, encuentros, conferencias, seminarios y conversatorios que los llevan a recorrer el mundo de un hotel a otro. Si se escogen con buen criterio, contribuyen con eficiencia al engorde de los currículos profesionales, y esas hojas de vida bien cebadas son la mar de productivas.
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El autor es químico.