Hace unas semanas, cuando apareció en las redes sociales la foto de un circo de mala muerte, tomada en Alajuela antes de 1950, nos vinieron recuerdos de los andorgáfonos, designación que un coterráneo algo pedante les aplicaba a los ventrílocuos. ¿Cómo olvidar a tan importantes artistas de nuestra infancia, a quienes no les faltaban fanáticos que les atribuyeran el milagro de hacer que hablaran los muñecos? El trabajo de aquellos histriones populares debió de ser muy duro: a veces los encontrábamos actuando ante concurrencias muy escasas, que parecían acudir solo para escuchar las resonancias de una barriga vacía torturada por retortijones. Vimos actuar, en solitario o formando parte del circo, a algunos cuyos intentos de convencer a los mocosos de que sus adefesios tenían autonomía de voluntad y de voz eran desopilantes. A ellos les debemos la virtud de la duda, pues no cualquier payaso mal entrenado podía venderles a los escolares alajuelenses la ilusión de que un monigote, movido por manos entumecidas, gozaba de libertad.
Por lo general, eran pésimos actores: mientras un muñeco supuestamente declamaba, su dueño movía la manzana de Adán cual badajo en un campanario, o apretaba los dientes como si padeciera de estreñimiento, o ponía una cara de pelmazo que convertía el espectáculo en un festival de carcajadas. Sin embargo, en una ocasión se presentó en Alajuela uno tan talentoso que estuvimos a punto de reconocerle a su muñeco capacidad para ejercer la libertad de expresión con tanta propiedad como un buen periodista de la época: al oír que el títere soltaba de buenas a primeras una obscenidad, su irrespeto al extraordinario artista nos causó tanta indignación que, a riesgo de vernos expulsados de la carpa, lanzamos semillas de jocote.
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De haberles puesto más atención a aquellos falsos parlantes de la tripa vacía, tal vez hoy tendríamos mayores posibilidades de desmitificar unos espectáculos en los que maestros de la manipulación, disfrazados de mentores, inspiradores, consejeros y asesores, mueven a su antojo a destacadas marionetas; y podríamos entender por qué, si está bien establecido que esos mamíferos pisciformes son una especie animal muy inteligente, los delfines de los grandes ventrílocuos de la política no siempre resultan brillantes.
duranayanegui@gmail.com
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