Vivimos tiempos decisivos, es decir, de decisiones. La pandemia no es el problema, sino el apremiante trance que debería obligarnos a reaccionar. De hecho, no nos obliga a nada. Desnuda con crudeza el estado deplorable de nuestros entornos, pero no nos dice cómo enfrentar esas miserias.
Por sí mismos, la vida y sus quebrantos no llevan a ninguna parte. Es el ser humano quien abre camino, artífice de su destino. Nosotros, los costarricenses, excepcionales como somos, dejamos que el alma se pasee por el cuerpo. Instantes así avivan el seso y nos pueden ayudar a descubrir que no sabemos lo que somos ni lo que queremos ser.
Son tiempos de cartitas, no al Niño Dios, sino a Carlos Alvarado. Se multiplican como pan y peces en el sermón de la montaña. Tiempos de acción se llenan de diagnósticos. En la parálisis apenas se salva el día, un episodio tras otro, sin sentido de destino que anticipe una forma sustentable de conquista del futuro.
¡Nos encanta el abismo! Nos fascina el filo del borde. Por eso no me extrañó ver a Henry Mora en la misiva de exministros al mandatario. Ese personaje, casi de antología, se deleitaba con el aumento criminal del gasto público, mientras decía: “Estamos cerca del abismo, pero no en el abismo”. ¡Que la historia recoja esa sabiduría tan criolla! Ahora se suma a extirios y extroyanos para pedir más impuestos.
Otra carta nos habla de una “tormenta perfecta”. Ahí, la crème de la crème concuerda en un diagnóstico de acentos apocalípticos. En nada exageran. Pero, sabiendo que somos reacios a grandes giros, prefieren evitar propuestas de gran calado.
Cartas van, cartas vienen, todas válidas, todas cortas. Somos maestros de alegorías. Que el lobo viene, que el lobo ya llegó, que el lobo ya nos comió. ¿Hasta cuándo la ebriedad de vaticinios funestos al pasito tuntún de la política tropical, sin visiones integrales para reinventarnos?
Pero, qué orgullo estar en la OCDE, entre los grandes. Hasta que nos dice que debemos bajar, por decir algo, el precio del plato de arroz. Entonces resulta que la OCDE no nos entiende. Que somos diferentes y merecemos castigar a los más pobres con el arroz más caro de América Latina. Se lo dije a don Carlos y tomó nota. Una nota más de dolor que tendrá que esperar.
La autora es catedrática de la UNED.