“Oh, Solidaridad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Parafraseo a madame Roland, a instantes de que su cuello sintiera la guillotina. Ella decía libertad, palabra en boga en la Revolución francesa; yo hablo de Fonatel. Aquí, con “solidaridad” se disfraza cualquier cosa y a su conjuro queda canonizada. No es el caso de Fonatel. Aquí, la palabra nació bien, pero fue traicionada.
Cuando, para bendición, se rompió el monopolio de las telecomunicaciones, un gesto unificó corazones rotos por la polémica del TLC. Tirios y troyanos se hermanaron para utilizar las ganancias de los nuevos proveedores en cerrar la brecha digital. Y se creó Fonatel, con la palabra mágica por delante y muy bien puesta. Solidaridad era su destino: asegurar acceso digital a personas con menos ingresos, grupos con necesidades especiales y zonas donde la rentabilidad no es atractiva para la empresa privada. Es el tipo de intervenciones que no es posible dejar en “manos invisibles”. Nada era más apropiado. Nuestra democracia imperfecta tiene un modelo de desarrollo con brechas y asimetrías. Les llamamos dualidades. Una territorial; otra, educativa, entre lo público y lo privado. La conexión a Internet hace la diferencia entre futuros posibles. La conectividad es un derecho humano y, en la atroz crisis sanitaria, una necesidad vital. Carecer de acceso digital es factor decisivo de pobreza.
Es un crimen que las zonas indígenas tengan siete años de rezago. Es fechoría que solo el 3 % de las familias pobres de Huetar Caribe estén conectadas. Y más infame que la red de banda ancha solidaria tenga cero avances. Si eso indigna, más subleva que un fondo para suplir deficiencias estructurales más bien las acentúe. Invierte donde hay mejor conexión y olvida donde nació para intervenir. Entre todos los espacios públicos conectados, Limón tiene un 5 % y San José, un 26 %. Si en políticas redistributivas siempre faltan fondos, aquí sobran. Lo que falta es decencia política. Y llegó la covid-19. La patria, necesitada de recursos, encontró llenas las arcas ociosas de Fonatel. La oportunidad de restablecer equilibrios se perdió, tal vez, para siempre. Años después, recordaremos la solidaridad traicionada que nunca llegó a los niños de Limón.
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La autora es catedrática de la UNED.