El ser humano es un animal que aprende. Así nacemos. Ese potencial evolutivo nos distingue, pero nuestros talentos se desarrollan de forma aleatoria. Mucho depende donde nacemos, el medio donde crecemos y el grupo familiar que nutre o inhibe nuestras curiosidades.
«Yo soy yo y mis circunstancias», dijo Ortega y Gasset. Tenía razón. Nadie está desasido de su entorno, componente inseparable de cada personalidad. Yo también formo parte de la tribu humana que llega a la vida pegada a un cordón de ternura umbilical. Mi evento decisivo se llamó Giuliana Vicarioli.
Fue mi madre. Legión de físicos, ingenieros, matemáticos y filósofos la conocieron como catedrática de la UCR. Fue la primera costarricense con un doctorado europeo en Física. Tuvo el segundo puesto en el examen de admisión universitaria. Decía que si no logró el primer lugar fue por las deficiencias en la enseñanza de biología de las monjitas donde estudió. Lo decía con su usual ironía. Risueña castigaba, así, con humor, el miedo al cuerpo humano característico de la cultura religiosa.
LEA MÁS: Perspectivas: La política en bancarrota
Quienes la trataron desde niña concuerdan con que era intelectualmente curiosa. Su padre, mi nonno Lino, alimentaba ese voraz apetito. Su mayor reproche era: ¡No se aburra!
Para ella, aburrirse era pecado y entretenerse, virtud. Siempre había algo en que ocupar la mente. Por eso, hizo estudios de campo sobre la psicogénesis de la ciencia en niños, para apoyar a sus hijos en el momento apropiado sobre comprensión de conceptos.
LEA MÁS: Perspectivas: Propuesta al vuelo
También era artista. En Montmartre vendía pinturas. Ese fue otro aporte a la formación de sus hijos, pensar fuera de la caja, la creatividad. Y la lectura, ¡por Dios! No podía estar sin libro en mano. Y no nos tenía que empujar. La forma más fácil de tiempo de calidad con ella era leyendo.
Hoy es el día de la mujer, otro celebra el de la madre. Ambas efemérides me recuerdan a mami. No solo me dio la vida, también me enseñó a vivirla. Era de la generación del 68, la que decía «la imaginación al poder» y «se prohíbe prohibir». Ni de izquierda ni de derecha, pero siempre solidaria. La vida como jardín por cultivar era su filosofía. Así la recuerdan quienes la amaron. Fue el mejor regalo que me dio la vida. Ella fue mi mejor circunstancia.
La autora es catedrática de la UNED.