Recibimos la vida con irrevocable sentencia de muerte. Con ese sino nacemos y nuestro sosiego necesita una dosis de negación inevitable.
El olvido de la muerte es droga esencial de nuestra cotidianidad distraída. Advertidos de una muerte eventual, pero lejana, la pandemia llegó a acortar la distancia de nuestras evasiones.
Y son muchas. Manejamos nuestras realidades como cuadriga desganada, desfasada y desacoplada. Solo tiramos p’alante. Nada es urgente. Todo es para después. Un destino cruel puso a Nicaragua como espejo para medirnos y abonar así nuestra desidia.
Pero la pandemia desnudó nuestras miserias. Con la muerte enfrente, descubrimos cuarterías miserables con las que convivía nuestra indiferencia.
La mitad de nuestra población no tiene cobertura en nuestra ufanada salud universal. Ahora cada uno cuenta y pedimos que todos se acerquen ante el menor resfrío.
El trabajo informal es más regla que excepción. Autocomplacidos, preferíamos ignorar esa realidad. La movilidad de un segmento inmenso de la fuerza laboral está secuestrada con exclusión estructural. La pandemia la hace ahora insoportable.
El Estado está agotado. Sus finanzas, marchitas. Sus instituciones, agobiadas. La Justicia, endeble. Una deslucida Defensoría de los Habitantes, en caos. La educación, en muletas. La paciencia ciudadana, a un hilo de romperse. Solo la nobleza de este pueblo sufrido, paciente y solidario nos sostiene al mismo borde del abismo. La pandemia puede ser el soplo que nos lance al vacío.
Si un momento ha existido que nos obligara a recapacitar, es este. Es hora de revisarnos desde dentro del alma nacional que nos congrega como pueblo a formar la república que consentimos.
Pero aún nadie llama a una reflexión colectiva. Hasta los grupos de decisión son excluyentes. Eso no contendrá la crisis que acecha.
Sentíamos que la pandemia estaba quedando atrás. Mentira. Ahora estamos en transmisión comunitaria. Sentíamos que un toque aquí y otro allá nos sacaría de la emergencia económica y social. Mentira. El mayor aprieto de nuestra historia se precipita. Nos sentíamos en una democracia indestructible. Mentira. “Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste. Un soplo milenario trae amagos de peste”.
La autora es catedrática de la UNED.